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jueves, 21 de junio de 2018

La guerra que ganaron. Las elecciones que perdimos.


Por Edilberto Afanador Sastre
Msc. Sociología.

Los resultados electorales del 17 de junio de 2018 en Colombia, estaban escritos en el guión de quienes detentan el poder desde hace 200 años. Ellos sabían que ganarían. Las fuerzas alternativas, en cambio, tenían que soñar con el triunfo. Eso hace toda la diferencia. Pero, ¿por qué sabían?

Los procesos electorales en general, son incómodos para el poder. Siempre resultan arriesgados, por eso, mientras ellos se preparan para un ejercicio de manipulación en gran escala, las fuerzas alternativas, piensan que se trata de llevar a cabo aquello que está escrito en la Constitución. Creen, ingenuamente, que el pueblo, constituyente primario, tendrá derecho de elegir por el voto, la mejor propuesta, el mejor candidato.

Y, todo debe transcurrir, como si de eso se tratara, de elegir quién será el nuevo presidente del país, a través de las reglas establecidas en la normatividad vigente. La realidad es bastante diferente.

Para los detentores del poder, el proceso electoral, es apenas un mal necesario. Vencer las elecciones los legitima y los protege. Pero, nunca han estado dispuestos a obrar a partir de las normas establecidas para los procesos electorales. Es decir, medir la capacidad de conquistar votos, apenas por la consistencia, coherencia y pertinencia de un programa de gobierno y por la madurez, inteligencia y ética de un candidato, no hace parte de sus estrategias de participación electoral. Estos elementos, esenciales en la democracia, son apenas una fachada construida artificialmente. Hay que saber mantener las apariencias. ¿Qué hacen entonces, para ganar las elecciones?

Hacen la guerra. No una guerra convencional. Eso sería grosero. Y de hecho, ya la han hecho, pero los resultados, lo demuestra la historia, son desastrosos. Hacen lo que se llama técnicamente, una guerra híbrida. En Colombia, la manipulación en los procesos electorales, ha sido la regla. Pero en el que acaba de pasar, la manipulación a partir de los expedientes propios de las estrategias de la Guerra Híbrida, fue especialmente aplicada.

Las guerras híbridas transforman en medios de guerra todo lo que sea necesario para lograr sus objetivos: corrompen las instituciones, compran los medios masivos de comunicación, manipulan las redes sociales y cuentan con el apoyo de todas las instancias de poder, los terratenientes, los grandes industriales y comerciantes, la iglesia, el ejército y, además, de fuerzas paramilitares. 

Se trata de un tipo específico de guerra, diseñada para escenarios en los cuales el enemigo, no es como en las guerras convencionales, otro ejército. O como en las guerras irregulares, un grupo guerrillero o una fuerza insurgente. No. En el caso de las guerras híbridas el enemigo es difuso, es la masa, los ciudadanos, el pueblo en general. Hay que conquistar su voluntad, no a través del discurso, sino a través de la manipulación sistemática de todos los factores que puedan incidir en su capacidad de tomar decisiones. En otras palabras, se trata de destruir la consciencia colectiva e individual, único elemento que puede permitir que las personas y las comunidades elijan, después de sopesar todas las alternativas, lo que les parece ser la mejor opción de gobierno. En ese sentido, se trata de una guerra psicológica: el electorado debe ser llevado a elegir la opción que interesa al poder.

El elemento fundamental de toda guerra psicológica es la manipulación a través del miedo. La estrategia consiste en lograr que la mayor parte de la sociedad perciba al candidato opositor como un peligro inminente. Son movilizados sentimientos primarios en el electorado a partir de mensajes que vinculan al candidato opositor con peligro, odio. amenaza, asco. Son diseñados cuidadosamente diversas series de mensajes que serán difundidos masivamente por medios de comunicación (radio, prensa y televisión), redes sociales (facebook, whatsapp, instagram, twiter). Millones de perfiles falsos generados por empresas especializadas inundan las redes. La complicidad de los medios de comunicación es fundamental. Estos se encargan de transformar tales mensajes en cuestiones fundamentales de la campaña, en temas de debate, en único elemento  en las entrevistas, en los titulares, en los editoriales y en el asunto fundamental de los comentaristas. Castrochavismo, comunismo, expropiación, fueron en este proceso electoral, los memes que fueron canalizados hasta el último rincón de la conciencia de los electores. Una frase simple como "No queremos volvernos otra Venezuela", repetida millones de veces, discutida, colocada como una verdad incuestionable, hecha pregunta, tema único y fundamental, desvía toda la atención de cualquier problemática importante de la realidad del país. Las propuestas de los candidatos desaparecen, se diluyen ante la supuesta importancia que un ejército de políticos, periodistas, comentaristas, titulares, e incluso, padres y pastores, se proponen a alertar: "!hay un peligro inminente!".


El ciudadano del común, que es la absoluta mayoría de los electores, y esto incluye gentes de todas las clases sociales, es, literalmente bombardeado  por todos los medios posibles y a todas horas con esas falsas cuestiones. Él ve, oye, lee y olfatea el peligro: todos lo dicen! Debe ir de la sospecha, a la convicción y de esta a la rabia. Recuerdan aquel "hacer que voten emberracados"?.  La guerra psicológica alcanza su objetivo cuando una porción mayoritaria de la población solo consigue percibir la realidad que ha sido diseñada y difundida. Cuando grupos sociales diversos repiten "esas razones" como si fueran propias. Cuando, dichas "verdades" se vuelven puro y simple sentido común. Es entonces, cuando ese conjunto de falacias, se transforma en una verdad colectiva y transitan de boca en boca convertido en vox populi.

Si el primer conjunto de "peligros inminentes" no es suficiente, entonces, se derrama un nuevo bombardeo de cuestiones morales: es ateo, va a prohibir la religión en las escuelas, va a volver a todos los niños homosexuales, hace ritos satánicos, odia la iglesia, etc. ¿Pondría el destino del país en manos de un ateo? Claro que no! Responde la frágil consciencia de la mayoría de los ciudadanos. Entonces, esos mensajes son reforzados con otros que presentan negativamente al candidato: su son difundidas supuestas fallas imperdonables de su personalidad: es arrogante, causa odio, es egocéntrico, es un dictador, no escucha, tiene hijos o hijas fuera del matrimonio, asesinó, es terrorista, es malo, peligroso, perverso.

Las entrevistas con ese candidato deben concentrarse en esos peligros, en esas cuestiones morales y en esos defectos. Las entrevistas deben ser difíciles, tensas, repetitivas, las respuestas del candidato deben ser interrumpidas, desacreditadas, tergiversadas. El tele-espectador o el oyente debe vivir una experiencia negativa frente al candidato. No le debe ser posible entender sus propuestas ni su personalidad. Y todas las sospechas deben ser confirmadas: el peligro inminente debe ser tan real como sea necesario.

La destrucción del objetivo debe ser completa, es decir, el ciudadano debe ser incapaz de pensar por si mismo de otra manera: la experiencia de este candidato debe ser negativa en la percepción de la mayoría.


Paralelamente, el candidato del statu quo. el conveniente, el bueno, el inteligente, el creyente, el estudiado, el que habla bien, el que sonríe, el simpático, el de las excelentes propuestas...es presentado y representado: él juega fútbol, canta, baila, es feliz, es sencillo, buen padre, buen hijo, su familia es bonita e ideal y todo en las entrevistas funciona perfecto, el clima es familiar y sus respuestas, sus sonrisas, sus frases de cajón, serán repetidas incansablemente por todos los medios. Nunca una crítica. Ni su pasado, ni sus vínculos políticos perversos, ni su falta de experiencia son cuestionados. La realidad del candidato simplemente, no interesa. Aunque era un desconocido...pasará a ser conocido. Aunque es rodeado de corruptos, paramilitares, narcotraficantes y agentes del poder,  será percibido como el salvador, el indicado, el único capaz, el verdadero, el bueno, el bonito y simpático...y aunque tenga canas pintadas, como el hombre con la experiencia suficiente y necesaria para dirigir los destinos del país.

Esta fase de la guerra psicológica tiene el mismo objetivo: que la mayoría de los ciudadanos tenga una experiencia positiva de éste candidato.

Pero, si todo eso no es suficiente, aún hay dos armas: las encuestas y el fraude electoral programado. Publicar encuestas con resultados convenientes tiene un objetivo: preparar la percepción colectiva para aceptar el resultado. Se trata de dos armas más en el escenario de la guerra híbrida.

El sistema electoral se mantiene anacrónico a las necesidades del siglo XXI, por una razón: es muy fácil manipularlo y configurar los resultados deseados a los intereses del poder. Las prácticas clientelistas son mantenidas intactas. La compra de votos con dinero, mercados, fiestas, artistas populares, espectáculos, llegan a costar grandes cantidades de dinero y son llevadas a todos los puntos del territorio. A pesar de ser prácticas ilegales, se llega sin escrúpulo, al constreñimiento directo  de electores en empresas aliadas, se usa la amenaza, se venden incertidumbres y dinero. Paramilitares actúan sin reserva en puntos alejados del territorio. Los empleados públicos, los contratistas son obligados a poner cuotas en votos.

Pero es el propio sistema electoral que presenta más fallas y brechas. Los jurados  son elegidos convenientemente en muchos casos, ciudades y regiones. Los testigos gozan de todo tipo de obstáculos, la mayoría nunca llega siquiera a ser testigo. Y su presencia es minimizada. Y, su función principal, que es vigilar el conteo de los votos y el correcto diligenciamiento de los formularios, es simplemente imposible: la mayoría de las mesas no tiene testigos electorales y su presencia puede ser inútil en las mesas que logran vigilar. Además, una vez que son emitidos los formatos reglamentarios su manipulación pasa por todo tipo de personajes, lugares y procesos. La consolidación de los datos es tan vertiginosa que hace imposible cualquier mínima corroboración. Los resultados se transforman en un hecho dado y compulsorio. Los procesos de verificación y reconteo pueden demorar tanto tiempo y dependen de tantas personas que hacen imposible su auditoria. El software es una caja negra. Los actores que controlan el sistema, simplemente dan cuenta de evitar cualquier vigilancia externa seria. Las fallas, las denuncias, los crímenes en evidencia, se quedan en sus manos, pues son juez y parte. Las buenas noticias y la proclamación de los existosos resultados, replicados alegremente y sin el más mínimo cuestionamiento por parte de los medios de comunicación generan un clima de estabilidad, de normalidad y de hecho aceptado por todos.

La guerra a sido ganada. Y los mismos con las mismas se mantendrán en el comando del país por cuatro años más. Del otro lado, aquellos que confiaron en su discurso, en su programa, en su candidato y en las reglas del juego establecidas en la Constitución, ven impotentes, confusos y desilusionados cómo todo se mantiene donde estaba, a pesar de haber movilizado millones de ciudadanos a votar a consciencia, libremente.

Del otro lado, un equipo de campaña acaba de perder el proceso electoral porque desconoce que en realidad, estaba en medio de una guerra híbrida y no estableció la más mínima estrategia de defensa. Una guerra, como todas requiere de estrategias de ataque y de defensa de parte de dos contendores que saben que están en guerra.  ¿Qué sucede cuando solo una parte sabe que está aplicando estrategias de guerra y la otra apenas se concentra, ingenuamente, en las estrategias de una campaña electoral? Pierde la guerra pero cree que perdió un proceso electoral. Los otros, los del poder, los de siempre....siempre estuvieron seguros de su victoria.





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