Carta al PBOT de 2014
Viaje a la Cajicá de 2030, desde donde un ciudadano le escribe una
carta al Concejo Municipal y a la Alcaldía de Cajicá, contándoles los impactos
de las decisiones tomadas en el PBOT de 2014.
Ya se han pasado 16 años desde
que fue aprobado el PLAN DE ORDENAMIENTO TERRITORIAL DE CAJICÁ, en el año de
2014. Hoy, tengo 67 años y en esa época tenía 51. Puedo decir que viví paso a
paso su transformación.
Ustedes nos
dijeron que Cajicá se transformaría en una ciudad. Y en eso se transformó.
Hoy, en pleno 2030, Cajicá tiene más de 250 mil habitantes, sus barrios van de
la margen del Rio Grande hasta arriba de la montaña, desde su frontera con Chía
hasta la frontera con Zipaquirá. Ustedes cumplieron, abrieron la posibilidad de
hacer de Cajicá una ciudad y ahora, vivimos en ella. Somos 250 mil, aunque Ustedes nos dijeron que solo serian 60 mil. Cómo fue posible eso? Es claro que no se trataba de un error, sino de una estrategia.
La ciudad que Ustedes nos prometieron es muy diferente a la
ciudad que aquí creció. Aqui les cuento lo que pasó en estos años.
Lo que Ustedes pensaron fue que
construyendo condominios de lujo en todas las tierras cultivables, harían de
Cajicá una especie de barrio rico al norte de Bogotá. Nos hicieron creer que
ese era el destino inevitable de Cajicá. Nos dijeron que el desarrollo era
imparable y que la demanda de vivienda por parte de Bogotá era algo imposible
de detener.
A pesar de que hubo quién les
dijera que eso no debería hacerse de esa manera, Ustedes, mantuvieron firme la
decisión y convirtieron Cajicá en una ciudad. Pero en qué tipo de ciudad?
Bueno, ese es el tema de mi carta. Les voy a contar como es esta Cajicá, la que
resultó de las decisiones que Ustedes tomaron en 2014, la Cajicá de 2030.
En 2014 solía subir al cerro de
La Cumbre a mirar desde lo alto el paisaje cajiqueño. Ya en ese entonces daba
para percibir que la enorme masa urbana que era Bogotá, avanzaba hacia
nosotros. Pero aún teníamos como establecer un cinturón verde que sirviera de
contención al cemento. Recuerdo que Ustedes se rieron al oír a una ciudadana
pedirles que pensaran en esa posibilidad.
Hoy, 16 años después, eso no es factible. La malla urbana hace imposible
decir donde termina Bogotá y donde comienzan estos municipios. Cajicá y Chía
son un mismo conglomerado de calles y carreras sin fin. Cajicá y Zipaquirá,
igualmente se tocan y se confunden.
Ese monstruo urbano, que hoy es
llamado de Gran Bogotá, no se puede observar desde los cerros. Estos están
ocupados por condominios y por barrios degradados. Es imposible llegar
caminando hasta el antiguo mirador. Lo que era Pozo Hondo, sitio Sagrado y
legado de nuestros ancestros, hoy está tomado de casas. No hay árboles. Estos
desaparecieron por los incendios forestales que todos los eneros se volvieron
rutina. No hay una sola fuente de agua. Todas desaparecieron bajo camadas de
cemento. Guardias armados y perros entrenados son lo único que circula a pie
por aquí. Los carros de lujo y las grandes camionetas de vidrios oscuros
penetran cercas que no dejan al transeúnte observar hacia los interiores de las
mansiones que se instalaron aquí. La mayoría, esto se sabe, es propiedad de
narcos y otros personajes que hicieron fortunas de oscura procedencia,
políticos corruptos y empresarios de grande porte.
La palabra vereda no se pronuncia
más aquí. No existen las veredas. Existen los barrios. Los niños de hoy no
entienden lo que significa la idea de vereda. ¿Vallado? No hay más vallados. Les
cuento a mis nietos que por aquí cerca había un vallado y me preguntan, ¿qué es eso abuelo? Nacieron en una
Cajicá sin vallados. Nunca, en su corta vida han visto un sapo, no han
escuchado su croar, ni tienen idea de lo que era tener un árbol en el patio.
Los pájaros que conocí en mi infancia no habitan aquí. Todo lo que se escucha
es el incesante motor de los carros que hoy se disputan cada centímetro de las
vías públicas. Sus pitos nos aturden. Mis nietos ven los pájaros en los documentales
que transmiten en la televisión, cuando hablan de especies extintas.
Nombres como Chuntame o Chunuguá
no quieren decir nada para estos chicos. Esos nombres fueron abandonados.
Tenemos ahora nombres modernos, de barrios que se pretenden elegantes. Barrios
con nombres en inglés son comunes. Dicen que es para que combinen con los
nombres anglosajones de los colegios bilingües. Se ríen cuando les digo que
teníamos nombres bellísimos para nuestras veredas. ¿Chunta qué?, ¿Chunu cómo? ¿Nombres
muiscas, que es eso, abuelo?
Cuando les cuento que en mi
infancia solía salir a caminar por la vereda y que me encantaba con los
árboles, los pájaros, el verde de los pastos y con los cultivos de papa, trigo,
alverja, que me encantaba jugar en los cultivos de maíz. Ellos se miran
incrédulos. Todo lo que ven de esos productos está apenas en cajas y tarros.
Son imágenes que nada tienen que ver con
la realidad de estos chicos de ahora. Nunca verán una gallina o una vaca en un
potrero. Porque no hay potreros, no hay gallinas o vacas. Todo lo que hay es
barrios y barrios y barrios.
Sin la dirección no consigo
llegar a ningún lugar. En otra época conocía la casa de mis amigos, de mis
hermanos y primos, de mis tíos y de muchas familias cajiqueñas. Pero todo eso
desapareció. Nadie más habla de ser cajiqueño. Nadie más se siente cajiqueño.
Nadie más conoce un cajiqueño. Yo mismo evito decir eso para no sentirme mal.
Es que la gente que vive en estos barrios no se siente de aquí. Son de todas
partes y, en general, nadie habla con nadie, porque a nadie conoce. Cada uno
vive su vida como si estuviera en un planeta diferente y no se importa con los
demás. Los cajiqueños que conozco están fuera de Cajicá y se fueron huyendo de
lo mismo que huían los habitantes de Bogotá, de la polución, del exceso urbano,
de la inseguridad, de la fealdad urbana.
Como no conozco ni me conocen,
camino en soledad todos los días. Mastico en mis caminadas la nostalgia de una
Cajicá que se diluyó entre el cemento y el hierro. Las cercas electrificadas e
impersonales, como si fueran todas sacadas de una revista, hacen de esta ciudad
algo sin identidad, sin memoria, sin historia. Lo que impera aquí, es lo mismo
que impera en cualquier barrio de Bogotá, el miedo, la soledad, la inseguridad
y el ruido. Cosas que nunca viví cuando era joven y que apenas vine a percibir
por primera vez cuando Ustedes estaban al comando, hoy son el pan de cada día:
casinos, zonas de prostitución, tráfico de drogas, mafias, corrupción.
Me dirán Ustedes que ya en esa
época existía inseguridad. Créanme, no saben lo que es ahora, 16 años después.
Es que, aunque no estaba en el Plan de Ordenamiento que aprobaron, hacer los
nuevos barrios, implicó la llegada de enormes contingentes de trabajadores de
todas partes. Primero llegaron solos, se instalaron en piezas de inquilinato.
Luego, vinieron sus parientes y sus conocidos y estos trajeron otros. Al final,
Cajicá se transformó en una ciudad con muchas opciones de empleo en el ramo de
la construcción. Los que eran unos cuantos inquilinatos, pasaron a ser barrios
enteros en los cuales, cada casa, fue arrendada para que en cada cuarto viviera
una familia o un grupo de personas. Eran trabajadores que conseguían contratos
temporales con las empresas constructoras. Ganaban diez salarios por año y con
eso debían sostener una familia durante todo el año. Llegaron solos, pero a lo
largo de estos años nació una nueva generación de cajiqueños. Y así vimos
crecer dos ciudades. La ciudad de los condominios y la ciudad de los
inquilinatos. La ciudad de los condominios cerrados y la de los barrios
deteriorados en donde conglomerados enormes de trabajadores intentan sobrevivir
ahora que el trabajo en la construcción declinó y que nadie más los necesita.
No se sienten de aquí, pero sus
hijos nacieron aquí y no tienen para donde ir.
Como no tienen trabajo, ni siquiera por temporadas, se dedican a todo
tipo de informalidades, venden mercancías traficadas en todas las calles de la
ciudad, sus cachivaches invaden los andenes y todo el día generan basura,
desperdicio y orina. Las calles del centro, especialmente, y las de otros
barrios, huelen a excremento y se volvieron insoportables. No hay policía
suficiente para controlar todo lo que pasa por estas calles. Ser robado,
asaltado, engañado, empujado o insultado, es cosa de todos los días. Sus
barrios están cercados. La primera cerca la pusieron Ustedes, (recuerdan?), en
lo que era el barrio La Estación. La idea era separar los habitantes de barrio
de los habitantes del condominio y lo lograron. Hoy, esas cercas están por toda
la ciudad y sirven para contener la ira de unos y el miedo de los otros. La
segregación social se la inventaron Ustedes.
El centro, en esa época ya veía ocurrir
todos esos fenómenos. Pero eran apenas fenómenos emergentes, pequeños y aunque nos
sorprendían, nunca imaginamos que eran resultado del proceso de urbanización
que ya había comenzado. A nadie se le ocurrió estudiar la relación entre
urbanización y deterioro urbano. Les parecía que hacer condominios para gente
de clase media y alta no tendría esas consecuencias. Ya había señales en rojo,
pero, nuestros planificadores de momento, estaban completamente ebrios al
volante y saltaron olímpicamente todas las advertencias, rieron de todos
aquellos que levantaron la voz para alertar. Nadie estaba a la altura del
supuesto conocimiento técnico con el cual ellos respondían a todas las
preguntas.
¿Qué somos hoy? Un barrio
periférico de la Gran Bogotá. Una continuidad del oleaje urbano que comienza en
el lejano Soacha y termina en ese otro barrio que un día fue el municipio de
Ubaté. Una parte miserable de esa mancha estúpida que invadió de calles, carros
y polución lo que en otras épocas eran las tierras más fértiles de toda
Colombia. La que fue considerada una de las sabanas más bellas del planeta, la
Sabana de Bogotá. Ahora es un mar de cemento y Cajicá, solo un segmento dentro
de ese extenso complejo urbano.
¿De donde vienen nuestros
alimentos? De fábricas ubicadas en algún lugar del planeta. Nada de lo que
comemos es natural. Todo es artificial y nada es producido por campesinos
nuestros. Estos, como grupo humano dedicado a cultivar la tierra y producir
alimentos, no existen más. Recuerdo que en las últimas fiestas del Día del
Campesino, los regalos que se les iban a brindar, sobraban. Pero no imaginamos
que igual que los pájaros, los campesinos también eran una especie en
extinción. Pero eso a ustedes no les importaba, suponían que eso no tenía nada
a ver con las decisiones que tomaban.
¿De dónde viene nuestra agua?
(Claro, cuando viene), viene de plantas de tratamiento de aguas usadas. Es agua
de malísima calidad, pues para poder usarla es necesario tratarla con dosis
absurdas de químicos. Es cara y escasa. Mis nietos no saben lo que es beber
agua de la llave. Mucho menos, lo que fue para mi, beber agua de alguna fuente
natural, de una quebrada. Hoy, en 2030, el agua de tomar siempre es comprada en
el supermercado. Es agua importada. Qué vergüenza decir esto, nuestros líderes
nunca pensaron seriamente en que el agua era un bien que se estaba acabando.
Siempre les pareció ridícula esa posibilidad. Construyeron acueductos, pero por
ellos no transita agua todos los días. La mayor parte del agua es comprada en
botellones en el supermercado y su precio es oro. No tomamos baño todos los
días. No regamos nuestras flores (porque no tenemos flores), no lavamos
nuestras casas. Es decir, racionalizamos cada gota de agua, porque, solo ahora
que el mundo está en guerra por la poca agua que aún existe en el planeta, nos
dimos cuenta de que, urbanizar implicaba un incremento excesivo de agua para el
consumo de los miles de nuevos habitantes. No hay más agua para tanta gente.
Y lo que en 2014 aún podíamos
entender como ríos, el Río Frío y el Rio Bogotá, que ya en ese entonces eran
altamente contaminados, hoy, apenas 16 años después, son cloacas
negras. Cargan en sus lechos millones de toneladas de contaminación por día. Ustedes
fueron los llamados a rescatarlos, pero no hicieron nada. Nunca se recuperarán.
Están muertos para siempre. Cementerio
líquido en cuyas orillas comienzan a nacer tugurios habitados por gente que continúa
llegando de lugares sin nombre.
Lo que sí hicieron fue llevar
hasta los ríos los kilómetros de alcantarillados que construyeron para todas
las nuevas urbanizaciones y barrios que crecieron en tan poco tiempo. Pero,
como en esa época, son insuficientes. Están siempre llenos de basura y una
pequeña lluvia genera inundaciones aquí y allí. Cuando llueve mucho, el sistema
colapsa. Entonces, la ciudad es un verdadero mar de aguas negras. En los
barrios pobres las calles se transforman en piscinas de inmundicia en los que
navega nuestra miseria urbana. Cajicá huele feo.
Ya olía a feo en 2014. Eso es
verdad. La caca de las gallinas de las grandes productoras instaladas en este
territorio, inundaba con olor a excremento y carne muerta buena parte del
municipio. Esas empresas tuvieron que irse a otra parte. Pero el mal olor se
quedó. La contaminación de los carros, que ya era elevada en 2014, se
multiplicó en la misma proporción que se multiplicó la gente. Las personas
continúan apegadas a la estúpida idea de que necesitan carro para moverse a
todos lados. El transporte colectivo sigue siendo un tumulto del cual ahora
participan más de 150 mil personas por día. Acéptenlo, Ustedes, pensaron en los
condominios bonitos, pero no se imaginaron los trancones, la contaminación, el
ruido y los costos que hacer vías, establecer sistemas de transporte y regularlo,
tendrían. Si en ese año esto ya era un caos, intenten imaginarse lo que es
ahora en el 2030. Es un infierno. El centro de Bogotá se quedó infinitamente
lejos. Llegar a la estación más cercana del Metro de Bogotá implica una
aventura cotidiana. El tren de cercanías es un enjambre humano al que todos
queremos evitar.
Huele feo porque la cantidad de
basura es imposible de ser manejada debidamente. Ya lo sé, Ustedes no
proyectaron una ciudad con basura por todos lados. En el afán de vender
licencias de construcción no calcularon cuantas toneladas de basura los nuevos
y viejos habitantes producirían. Ahora estamos realmente inundados con estos
despojos que hacen de Cajicá un lugar inevitablemente sucio y feo. ¿Recuerdan
como amanecía la carrera 6ª todas las mañanas? Era un horror ver la basura
expuesta. Imaginen el mismo escenario, pero en todas las calles de la ciudad. No teníamos en donde depositar las toneladas de basura que produciamos en 2014, ahora en 2030 tenemos que pagar cuantias absurdas del presupuesto público para sacar de Cajicá 5 veces más basura. Lo sé, no pensaron en eso tampoco.
Las zonas verdes se quedaron en
los planos. Las constructoras siempre encontraron una manera de sobornar a
quien fuera para evitarse costos con espacios de cesión. El espacio público
nunca fue más allá de un cálculo. Todo fue vendido impunemente. Espacios verdes eran apenas cosas que suenan bien en las campañas políticas, pero no en los planes de los urbanizadores. Ellos, antes y ahora no están dispuestos a pagar por espacios verdes.
Esta ciudad sombría que Ustedes
inventaron en el papel, bien podría no existir. No era necesario llegar hasta
aquí. Cajicá tuvo en manos de Ustedes su última chance y ésta fue rifada en la
ruleta loca de las grandes inmobiliarias. Éstas llegaron, los sedujeron, los
dejaron ricos y satisfechos y se fueron. Hoy, solo sabemos de ellas por los
pagos mensuales de las cuotas de los apartamentos y casas que estaremos pagando
por otros 15 o 20 años. A esas empresas las gobierna el olvido. Saben construir
rápidamente y elevar sus increíbles lucros, pero desconocen sistemáticamente
las consecuencias de lo que dejan para atrás. Ha sido así en todas las ciudades
por donde pasan.
En este 2030 no soñamos con una
ciudad. La sufrimos. Pero, quién sabe, si esta carta les llega a donde tiene
que llegar, no a las manos, sino al alma, Ustedes, con su voz y con su voto, decidan
soñar y permitirse el sueño de una Cajicá, ambientalmente sostenible,
socialmente integrada, en la cual vivir con dignidad el hecho de ser
cajiqueños. Si aun así, deciden seguir
con sus planes, les ruego, quédense aquí y tengan el coraje de ver con sus
propios ojos las consecuencias de sus actos.
Exactamente ocurrió en todos los pueblos que existían en 1970 por la sabana, sus habitantes queriendo ser llamados ciudadanos y no pueblerinos, propiciaron estos cambios con las mafias de políticos, alcaldes, concejales, para vender los pueblos a los corruptos de cuello blanco, que todo lo consiguen con sobornos.
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