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martes, 29 de marzo de 2016

Entendiendo la Fase Cancerígena del Capitalismo



RESEÑA DEL LIBRO DE JOHN MCMURTRY



Por Giorgio Baruchello Nacido en Génova, Italia, es ciudadano islandés y profesor de Filosofía de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad de Akureyri, Islandia. Dictó filosofía en Génova y Reikiavik, Islandia, y tiene un doctorado en filosofía de la Universidad de Guelph, Canadá. Sus publicaciones abarcan diversas áreas, especialmente la filosofía social, la teoría del valor y la historia intelectual.

Mientras que el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, hace sonar los ruidosos tambores de la guerra, el Papa (el primero de la Iglesia Católica en elegir el nombre de Francisco) acusa a «los grandes de la tierra [que] quieren resolver» las crisis del mundo con una guerra [...] Porque, para ellos, ¡el dinero es más importante que la gente! Y la guerra es sólo eso: un acto de fe en el dinero, en los ídolos» («Papa Francisco: La guerra es el suicidio de la humanidad», Radio Vaticano, 2 de junio de 2013). La propia Iglesia de Roma rechaza a ‘la magia del mercado’ y considera que la ‘mano invisible’ tiene dedos que jalan el gatillo.


Pero, ¿qué ha ido exactamente tan mal en el sistema económico que tenía al mundo creyendo, luego de la caída del Muro de Berlín, que una nueva era de paz con grandes dividendos para la riqueza pú- blica estaba ahora con nosotros, y que la panacea de un ‘libre mercado global’ resolvería todos los problemas con «cada vez más prosperidad» y «el fin del Estado-nación»? 

Mucho antes del reconocimiento histórico del Papa, el libro profético de 1999 de John McMurtry, The Cancer Stage of Capitalism (CSC) – La fase cancerígena del capitalismo (FCC), proveyó la respuesta a esta pregunta. Pero la extensamente ampliada segunda edición (Londres: Pluto Press, 2013) entra en detalles sistemáticos para dar cuenta de lo que ha ocurrido de forma explosiva desde su diagnóstico de 1999 de un trastorno cancerígeno mundial. El 11 de septiembre de 2001 (9-11) y la crisis de 2008 para comenzar, así como el levantamiento de América Latina y la caída de la Unión Europea, son ahora tratados con la misma fórmula de desangre de deuda bancaria hasta la muerte y la abolición de las propias bases sociales que soportan la vida. Todos por igual tienen una causa común: enriquecer a las «secuencias de dinero transnacional que se multiplican a través de los órganos de las sociedades y los ecosistemas en todo el mundo». 



Los problemas del mundo, FCC sostiene, siempre se remontan a un «sistema de pensamiento desconocedor de la vida» (pp. 87-110, edición en inglés). En el núcleo genético del sistema capitalista mundial, la economía dominante se centra ab initio en el valor monetario y los deseos artificiales, y no en la necesidad del valor y la capacidad vitales, de modo que «el pensamiento económico es, en principio, incapaz de reconocer lo que ha salido mal» (6). Se guía por un cerebro para el que la distinción entre el bien y el mal en la vida humana es invisible, y sólo la ganancia o pérdida de dinero para los ‘inversionistas’ privados registra como valor último. 

Las armas, el mayor elemento de fabricación en el ‘libre comercio del mercado mundial’, y aquí deconstruido como ‘mercancías de la muerte’, están a la cabeza de los tan cacareados ‘bienes’, comercializados legalmente a través del mundo; al igual que lo hacen los cigarrillos, la comida chatarra, los productos químicos cancerígenos, los gases de efecto invernadero y todo lo demás que sea destructivo de la vida. Los bienes del mercado no son, ni siempre, ni necesariamente, el bien de la humanidad. Sin embargo, siguen siendo llamados ‘bienes’, ya que permiten que los empresarios y accionistas hagan dinero. Esta no es la neutralidad de valores. Como el mismo Papa dice ahora, es elegir el valor del dinero por sobre el valor de las personas.

La primera edición de este libro no necesitaba modificaciones, pero la segunda edición actualiza y profundiza ampliamente su explicación o, mejor, como veremos, su diagnóstico. Los grandes giros globales del 9-11, el colapso de Wall Street en 2008, el socialismo del siglo XXI en América Latina, y la caída continua de la Europa socialdemócrata, están todos aquí analizados en profundidad. El nuevo concepto fundamental del «life capital1 *: riqueza de vida que produce más riqueza de vida sin pérdida» (12), explica el terreno económico real por tanto tiempo ausente de la teoría económica impartida. El prefacio del libro (¿Qué es el capital?) y su extenso capítulo de apertura (Decodificando al sistema cancerígeno y su determinación) son completamente nuevos, mientras que el nuevo subtítulo de «Cura» se explica a la luz de los últimos 12 años de asalto corporativo sobre dicho «terreno vital» y la creciente resistencia global al mismo.

Esta no es una obra neomarxista. Los supuestos marxistas de David Harvey (por no mencionar al propio Marx) y el análisis de la teoría crítica de Jürgen Habermas, son expuestos a devastadores análisis fundamentales. En la derecha, las categorías «desconocedoras de la vida» (11) de la teoría neoclásica y el neoliberalismo son desmontadas, mientras que F.A. Hayek y Milton Friedman son demolidos quirúrgicamente. Incluso la obra de Naomi Klein, que siguió a la primera edición del libro de McMurtry, es reseñada por su ignorancia de la normalidad cancerígena subyacente en el ‘capitalismo del desastre’. No obstante, la crítica no es la meta final del libro. Es la búsqueda de una salida en coherencia con la vida del más grande colapso de la biosfera y la civilización que el mundo haya conocido.

McMurtry decodifica a «la gran enfermedad» como impulsada por particulares «secuencias de dinero transnacional» privado (51) que se multiplican en siempre nuevas, y de más extraños tipos, a través de los huéspedes de la vida a todos los niveles. Para él, el trastorno sistémico, surgió en 1973 con la derrota de los Estados Unidos en la guerra de Vietnam, el abandono subsecuente del patrón oro y el experimento chileno, que puso en marcha el dominio absolutista del dogma del libre mercado, al que el por mucho tiempo parlamentario conservador de Italia y Ministro de Finanzas, Giulio Tremonti, recientemente le tildó de nada más que «fascismo» (226). Luego, su desarrollo a partir de los años Reagan-Thatcher, al dominio mundial en el siglo XXI, es desglosado paso a paso. En contra de su expansión, que ya se ha cobrado innumerables vidas y ecosistemas, McMurtry plantea los universales e interrelacionados «requisitos de la vida humana y natural» (4), cuyas necesidades de reproducción son acumulativamente privadas y despojadas. Este conflicto es el tema fundamental del estudio. En un breve resumen, el «sistema cancerígeno» diagnosticado en el nuevo capítulo inicial, son las secuencias de dinero global desreguladas y en crecimiento exponencial hacia ilimitadamente más. La reconexión con las «secuencias de valor vital» y los «comunes civiles», es la lógica interna de la recuperación (237-42).

El «Resumen diagnóstico de las tendencias degeneradas» de McMurtry (163-75), explica en detalle todos los elementos del «mecanismo causal» en funcionamiento detrás de la enfermedad. Sin embargo, un párrafo de este estudio es suficiente para resumir el ataque del sistema de dinero corporativo en todos los frentes sobre la biosfera y la civilización:

El aire, el suelo y el agua se degradan acumulativamente; los climas y los océanos se desestabilizan, las especies se extinguen a ritmo pasmoso en todos los continentes, los ciclos de (y los volúmenes de) contaminación aumentan hasta poner en peligro los sistemas de vida a todos los niveles con efectos de cascada; la mitad del mundo está en la indigencia y continúa aumentando mientras se multiplica la desigualdad, el sistema alimentario mundial produce más y más basura incapacitante y contaminante sin valor nutricional alguno, las enfermedades no contagiosas se multiplican hasta ser el asesino más grande del mundo, con sólo curas para los síntomas; el futuro profesional de la nueva generación se desploma en todo el mundo, mientras que sus deudas bancarias aumentan, el sistema financiero global ha dejado de funcionar para las inversiones productivas en bienes vitales, los organismos de interés colectivo de gobiernos y sindicatos son eliminados, mientras que los subsidios estatales con fines de lucro se multiplican; las leyes y métodos del estado policial avanzan, mientras las guerras beligerantes en favor de los recursos corporativos aumentan; los medios de comunicación son vehículos de publicidad, y la academia se reduce cada vez más a las funciones corporativas; los sectores y servicios públicos son desprovistos de sus fondos de forma incesante, privatizados como evasión de impuestos, y la financiación y los servicios corporativos transnacionales aumentan al mismo tiempo en todos los niveles. (144-46).

Este diagnóstico puede parecer hiperbólico. Pero la búsqueda de incluso una excepción a estas tendencias, revela cuán exactas y precisas son. En general, una lección básica emerge. El ‘interés común’ de las naciones y el ‘crecimiento económico competitivo’ no son uno y el mismo como se asume de forma regular (256-57). Por el contrario, se encuentran en una guerra a gran escala cada vez mayor de ocupación de las secuencias de dinero corporativo, sin límites frente a la vida y la resistencia del valor vital a todos los niveles. 

Frente a las ideologías de evasión del relativismo y el subjetivismo, McMurtry identifica un terreno de valor objetivo y universal. Desde allí, él «recupera paso a paso el terreno vital perdido de los valores y el significado fundamental sobre cómo debemos vivir» (338 n 115). Como se define en el glosario de McMurtry para el tema de filosofía de la monumental Encyclopedia of Life Support Systems de la UNESCO (París y Oxford: Eolss, 2009-10), el terreno vital es un concepto fácil de entender: «en concreto, todo lo que se necesita para hacer la próxima inhalación, axiológicamente, todos los sistemas de soporte vital necesarios para que la vida humana se reproduzca o desarrolle». Si no hay suficiente pan, agua limpia, aire respirable, espacios abiertos en los cuales moverse y tener un sueño regular, aprendizaje progresivo y socialización, ningún valor en absoluto que apreciemos será alguna vez expresado en la realidad. 

Todos los valores, ya sean éticos, políticos, legales, económicos, epistémicos, espirituales o estéticos, dependen de esta plataforma vital. Incluso aquellos que niegan dicho terreno de valor le presuponen. El problema fundamental es mencionado en una frase técnica: «Los rendimientos del crecimiento de las secuencias de dinero, que no producen ninguna necesidad de la vida y emplean recursos no renovables son cancerígenos, ya que multiplican el derroche de recursos e incapacitan a la vida y a los sistemas que la soportan» (42). El trastorno tiene muchos senderos de ataque y expoliación: una producción y consumo cada vez más derrochadores en las sociedades a la cabeza; el aumento de las patologías no contagiosas a partir de mercancías adictivas intencionadamente comercializadas y destructoras de la vida; y el declive de los estándares ambientales y sociales a través del planeta. 

El diagnóstico investiga muchos sitios del sistema cancerígeno en funcionamiento, tales como Chile, China, Irak, Canadá, Japón, Nueva Zelanda, la ex Yugoslavia, África subsahariana, Ruanda, Libia, Guatemala, México, Perú y, más sistemáticamente, los otrora prósperos Estados Unidos y Unión Europea. Un extenso índice analítico contempla los conceptos, definiciones, tendencias y ejemplos.

A lo largo de la obra, McMurtry hace la distinción entre el buen y el mal Gobierno en principios. La legitimidad del Gobierno depende de su cabal cumplimiento del mandato constitucional «preventivo» y «habilitador» de las funciones vitales («el Estado social»); en tanto que el Gobierno malo o ilegítimo falla en, o recorta estas funciones al servicio de la vida en favor de hacer crecer las secuencias de dinero privado de los ricos («el Estado corporativo»; 255-56). 

¿Pero qué está al servicio de la vida y qué no?, se preguntará el lector. La imposibilidad de responder a esta pregunta por mucho tiempo les ha permitido a las élites y los gobiernos el ignorar las necesidades vitales de las personas. El criterio de la necesidad de McMurtry resuelve este acertijo de forma integral. Una necesidad es, y sólo es, «aquello sin lo cual las capacidades vitales son siempre reducidas» o destruidas (19). 

Armado con este entendimiento, él demuestra que el capitalismo globalizador, desde al menos 1980, ha sido desconocedor de las necesidades vitales tanto en la teoría como en la práctica. Como resultado, los problemas ecológicos y sociales más graves se derivan de ello: desde los acuíferos y ríos perdidos ante la contaminación industrial y la sobreexplotación agroindustrial, a los derechos corporativos de mercado a envenenar los alimentos y fabricar medicamentos que salvan la vida, el conocimiento inasequible a aquellos que lo necesitan, a más y más mercancías de armas fabricadas y vendidas a sabiendas para mutilar y matar la vida. Tales crecimientos malignos demuestran que la fe ciega en la ‘coincidencia feliz’ entre hacer ganancias y el interés común por la providencial ‘mano invisible’ es, en el mejor de los casos, pseudociencia (2002-203).

Pero, ¿por qué todo esto cuenta como un sistema cancerígeno? El primer, y crucial, paso en el diagnóstico de McMurtry, es el objetivo que define a los agentes económicos que dominan el mundo. Bien sean el ‘valor agregado’, las ‘ganancias’, ‘retornos sobre el capital’, ‘informes de ganancias trimestrales’ o el ‘valor para los accionistas’, el único «código de valores dominante»(9) es de hecho, «maximizar por cualquier vehículo, método o canal abierto a su entrada, la proporción del incremento de la demanda de dinero de sus propietarios, frente a los aportes de demanda de dinero».(179)

En las palabras que expresan este principio de valor subyacente, el economista de la Escuela de Chicago, Milton Friedman, es directo y absoluto: «La única y exclusiva responsabilidad de las empresas, es hacer tanto dinero como sea posible para los accionistas».(115) Como McMurtry deconstruye el problema: «Atrapada en un modelo de ingeniería de entradas y salidas perfectamente divisibles, la vida misma es [por lo tanto], en principio descartada [...] Lo que el dinero quiere es todo lo que existe».(99) En concreto, miles de reglas de tratados corporativos prevalecen sobre todo lo demás, a menudo respaldadas por las fuerzas armadas controladas por los Estados Unidos para cobrar la deuda, amenazar, embargar e invadir a las sociedades que se nieguen a la multiplicación de las secuencias de dinero corporativo a través de ellas. Sin ninguna función vital siendo ejecutada sino destruida, el sistema cancerígeno predeciblemente se desarrolla. 

El segundo paso principal del diagnóstico, radica en reconocer que cualquier demanda de multiplicación exponencial y descontrolada que no esté al servicio de las funciones vitales, es cancerígena por definición. Es por esto que que las secuencias de dinero privado transnacional sin una función comprometida con la vida, que invaden cada vez más y más ámbitos de la naturaleza, la sociedad y el organismo humano, son el equivalente a un cáncer. En los términos clínicos de este estudio: «la atmósfera, el agua dulce y los océanos, los mejores suelos, los árboles, los hábitats animales, las especies y los recursos minerales, se degeneran en proporción directa a su capacidades portadoras de la vida y la biodiversidad», y «una mayoría en aumento es cada vez más insegura, estresada, desposeída y desnutrida bajo las medidas del mercado y el PIB». (169) 

El tercer paso principal del diagnóstico, observa que en todas las patologías cancerígenas las defensas inmunes de un organismo vivo, no reconocen el crecimiento invasivo. En cambio, estos reúnen cada vez más todos sus recursos para la autorreplicación de la demanda parasitaria fuera de control. Así, las instituciones protectoras de la vida de larga data de las sociedades, son desfinanciadas, redirigidas, y carentes de respuesta frente al asalto acumulativo sobre los huéspedes de la vida y sus sistemas de soporte. En cambio mutan en sirvientes del crecimiento de las secuencias de dinero privado sin límite. Los gobiernos, los medios de comunicación, las universidades y las agencias de las Naciones Unidas, no reconocen el trastorno del sistema, sino que colaboran con este de forma proactiva. Es por esto, argumenta McMurtry, que hemos visto una larga sucesión de políticas desastrosas, que desangran a las sociedades en la depresión desde el giro Reagan-Thatcher:

La ruina de los programas gubernamentales, los empleos de los trabajadores y los pequeños negocios, con la disparada de las tasas de interés en una prima de más del 20% en la década de 1980 [...] la derogación de las regulaciones instauradas en la Depresión como la ley Glass-Steagall [...] la carrera hacia el fondo de los salarios, los beneficios y la legislación social por la competencia global sin estándares de vida [...] tasas de interés y cargos por deudas canibalistas [...] ‘reformas de mercado’, tratados corporativos por edicto que prohíben la legislación que reduzca las ‘oportunidades de ganancia’, las guerras en las regiones ricas en recursos y con control social [...] tratados supranacionales con amplios segmentos de todo o nada de derechos de los ‘inversionistas’ [...] ajustando todos los derechos solo para las corporaciones transnacionales [...] y regulaciones vinculantes [que se sobreponen] a todos los requerimientos de la vida humana y natural a través del tiempo generacional. [...] El desplazamiento bancario privado del control soberano sobre la moneda y el crédito (3-4 & 14). 

¿Cómo entonces se pueden recuperar las sociedades? La respuesta es mediante la reconexión con el life capital a todos los niveles. La patología de la codicia del dinero es tan antigua como la civilización, pero nunca se le ha dejado andar libremente como soberana por sobre las naciones, la etapa cancerígena. En ese sentido, es nueva. Ataca a todos los derechos históricos de la clase trabajadora, la regulación gubernamental, la tributación progresiva, la inversión en el bienestar público, y los requisitos de la biosfera en conjunto. McMurtry hace la reconexión con lo que él llama la evolución de los «comunes civiles» que, según argumenta, definen la civilización misma, es decir, todas las ganancias reales de la especie humana a través del tiempo generacional (147-49). 

Este es uno de los principales argumentos del libro, y se remonta incluso hasta la naturaleza misma del lenguaje. Una amplia gama de lo que damos por sentado, es mostrada para expresar el principio subyacente de los «comunes civiles»: son todos los «entendimientos sociales que permiten el acceso universal a los bienes vitales» (237-42). No es una idea obsoleta o utópica, sino que incluye entre otras cosas al aire limpio que todavía respiramos, las leyes protectoras de la vida, los planes de salud universal, la World Wide Web, el alcantarillado común, las aceras y los caminos forestales, los juegos y los campos de juego, el movimiento de la ciencia abierta, los paisajes urbanos públicos, controles de contaminación eficaces, plazas y aceras, las pensiones de vejez y el respeto, la educación universal, las prácticas de higiene universales, elecciones justas, seguro de desempleo, el máximo de horas de trabajo y salarios mínimos, parques públicos, agua potable, hábitats comunitarios de peces y radiodifusión y transmisión públicas. 

Lejos de ser simplemente un ideal, McMurtry demuestra que «la formación de los comunes civiles en la provisión de los bienes vitales» ya ha demostrado ser superior a «cualquier sistema con ánimo de lucro» (242), incluyendo las ‘asociaciones empresariales’, que son dejadas al descubierto como mecanismos de saqueo de la riqueza pública. Sin embargo, detrás de la ocupación corporativa global, se encuentra una serie de profundas falacias, que son en gran parte desconocidas, incluso en el más alto nivel de la indagación intelectual. En primer lugar, está la suposición absurda de que el ‘dinero privado’ solo cuenta como ‘demanda’ en ‘la economía’, por lo tanto descartando «todas las necesidades y demandas de los sistemas de la vida orgánica y social mismas» (6). Esto conecta con la conclusión absurda de que todos los productos corporativos son ‘bienes’, sin importar lo perjudiciales para la salud de las personas y el medio ambiente que puedan llegar a ser. 

Tal vez aún más polémica, es la identificación de McMurtry de una ostensible confusión entre el ‘exceso de demanda’ del mercado corporativo mundial y la ‘sobrepoblación’ de la Tierra (10). Ese solo argumento bien vale por todo el libro. No obstante, lo que se trata mayormente, son los supuestos dominantes de que el ‘mercado global’ es de hecho un ‘mercado libre’ y por el ‘bien común’ (16 y 118-24), las máximas premisas de valor que él demuestra como sistemáticamente falsas. Lo que es más, más adelante explica que lo que cuenta como ‘productividad’ y ‘mayor eficiencia’ en este sistema, agota cada vez más el life capital en todos los niveles (42). Aquí, el nuevo concepto primario de la segunda edición da lugar a una «revolución económica copernicana», que se explica tanto en términos de principios como de políticas: «Las tres erres de la verdadera economía»: reducir, reutilizar y reciclar, son [...] explicadas como la lógica interna de la preservación y el avance del life capital en términos naturales, sociales y tecnológicos (313ff).

¿Y qué hay de China, que ahora al parecer está ganando la competencia económica global? ¿No es el primer ejemplo de cuán exitosa ha sido la globalización, sobre todo en Asia? Según McMurtry, esta es sólo una imagen muy parcial. Porque en realidad conduce a:

Más mortales en el largo plazo, son los entornos industrialmente devastados, cuya ruina a gran escala está liderada por China, para producir productos baratos en masa que no le sirven a ninguna necesidad de la vida. Cada vez más monumentales ciclos desconocedores de la vida, han empequeñecido a la industrialización y desigualdad occidentales en su escala. Las Tres Gargantas, que definen la maravillosa belleza natural de China, han sido destruidas; su mayor lago de agua dulce, convertido en barro y polvo; el Tíbet, saqueado e invadido, uno casi no puede respirar ni ver a través del aire de las megalópolis, la corrupción es mucho más rampante, y cientos de millones de pobres, son cada vez más privados de sus medios de vida que antes del cambio integral (296). 

Los costos de vida y de life capital no son tenidos en cuenta en una gran escala fatal. El gran desarraigo moral de la época también domina ahora al Partido Comunista de China, es decir, que la demanda monetaria del mercado transnacional es el valor fundamental, y cada vez más mercancías baratas es el fin supremo de la sociedad humana. 

Pero, ¿cuál es el punto de la crítica devastadora? Parece una causa perdida. ¿En dónde, en cualquier sitio, los avances del life capital de la humanidad están por encima del crecimiento del dinero privado corporativo transnacional? McMurtry identifica a los comunes civiles fundamentales y las tendencias del life capital subyacentes, en cuatro cambios de política esenciales que han funcionado desde hace mucho, y lo hacen de nuevo cuando se les implementa: (1) «mayores impuestos para los ricos corporativos», para pagar por los sistemas de soporte de la vida social y ambiental, y la vasta riqueza pública que subsidian sus productos a todos los niveles (262-65), (2) «una agresiva recuperación nacional del control sobre los recursos de propiedad pública» (268-72), (3) «banca e inversión públicas» (286-94), y (4) «la eliminación guiada por las políticas, de la depredación estructural sobre los pobres y el medio ambiente» (295-99). Criterios lúcidos informan las definiciones del capital «humano», «natural», «de conocimiento» y «social» que sustentan estas políticas (20), mientras que el «life capital» y sus «parámetros universales de diagnóstico», especifican los «determinantes de la salud y la enfermedad social» para guiar la acción (162-63).

 «La recuperación de la gran enfermedad» por lo tanto es posible, aunque de ninguna manera fácil, concluye McMurtry (288). Después de todo, una respuesta es requerida por el dolor en aumento causado por el sistema cancerígeno, que es sentido por muchas comunidades en todo el mundo, como lo indican los levantamientos masivos en países tan diversos como España, Egipto, Francia y los Estados Unidos. Todos los cambios de políticas eficaces nutren al life capital, no al poder estatal. Pero, ¿quién o qué otra cosa pueden estar al frente de la recuperación si no es el poder del Estado? ¿Quién o qué, si no el poder estatal combinado, puede hacer del celebrado caso de Ray Anderson del 100% de producción industrial sostenible, la norma para todas las empresas en la Tierra? (320-21). Según McMurtry, la intervención de las autoridades públicas en la economía en favor de la vida es la única opción real. Las políticas que se requieren no son utópicas, sino que han sido probadas a través de las naciones y los continentes. El cambio en la tributación para el gasto público sobre las bases de la vida en común, ha demostrado que funciona en los países escandinavos durante muchas décadas; y la recuperación pública de los recursos públicos, ha hecho maravillas en Noruega y Ecuador. 

En términos más generales, la «opción pública» está al servicio de «las necesidades conocidas de [...] las personas y sus condiciones de vida» (30) en la mayoría de América Latina, en muchos aspectos, que este recuento informa en un patrón conectado de manera sinóptica. En cuanto a lo que se refiere al tercer cambio de política, McMurtry insiste en el papel fundamental que el crédito desempeña en las economías modernas, y la urgencia de restaurar el control público del mismo luego de los desastrosos efectos de la banca desregulada y el comercio no productivo sin fronteras. Compara la larga serie de colapsos post Bretton Woods con el momento en que «las naciones se prestaban a sí mismas y gastaban de manera productiva hacia la prosperidad en todo el mundo, durante y después de la guerra de 1939-1945» (28). Asimismo, pone de relieve las experiencias positivas de los greenbacks de Abraham Lincoln, los Landesbanks alemanes, el «sistema de banca y deuda pública» de Dakota del Norte y la «Ley del Banco de Canadá de 1935 [...] que provee los préstamos del banco central al Gobierno como su único accionista», al igual que todas las economías líderes utilizan «variaciones de la inversión pública» sostenida por el crédito público (28 y 219-20).

El último cambio de política es «la eliminación progresiva de la depredación estructural sobre los pobres y el medio ambiente», que es posible gracias a los otros tres cambios de política (295). Aquí, la reconstrucción post 1945 de Europa por la inversión pública en capital humano, así como de América Latina desde el año 1999, muestra la forma de superación de la pobreza absoluta, mientras que la economía real se recupera al mismo tiempo.

Para que el medio ambiente no esté más allá de la recuperación, el análisis apunta al «cronograma de no contaminación del Protocolo de Ozono» (15), y el tan desatendido «y vinculante Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales» (107), como pasos comprobados en la protección y el desarrollo del life capital mediante políticas interestatales y leyes vinculantes. Solo las normas y las condiciones internacionales del comercio han y pueden hacer cumplir lo que ya es conocido como necesario. 

La economía del dinero debe trabajar para la humanidad viviente, no la humanidad para el dinero sin vida. McMurtry (229-30) describe cómo, en 2010, el político conservador y ex presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, reconoció este problema abiertamente en el lugar más improbable, el Foro Económico Mundial en Davos, pidiendo una profunda reforma del sistema económico internacional. El desafío de Sarkozy a los principales banqueros del mundo y directores generales fracasó, y finalmente selló su destino político. Sin embargo, hacer caso omiso de esta cuestión fundamental por más tiempo, puede sellar también el destino de la humanidad en muchas más y peores formas que sólo la política. La guerra, tan rentable como puede ser, es sólo un símbolo muy revelador de cómo una axiología implícita basada en el dinero no puede sino arrancar la vida de raíz.

13 de septiembre de 2013 

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