RESEÑA DEL LIBRO DE JOHN MCMURTRY
Por Giorgio Baruchello Nacido en Génova, Italia, es ciudadano islandés y profesor de Filosofía de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad de Akureyri, Islandia. Dictó filosofía en Génova y Reikiavik, Islandia, y tiene un doctorado en filosofía de la Universidad de Guelph, Canadá. Sus publicaciones abarcan diversas áreas, especialmente la filosofía social, la teoría del valor y la historia intelectual.
Mientras que el presidente de los Estados
Unidos, Barack Obama, hace sonar los
ruidosos tambores de la guerra, el Papa (el
primero de la Iglesia Católica en elegir el
nombre de Francisco) acusa a «los grandes
de la tierra [que] quieren resolver» las crisis
del mundo con una guerra [...] Porque, para
ellos, ¡el dinero es más importante que la
gente! Y la guerra es sólo eso: un acto de fe
en el dinero, en los ídolos» («Papa Francisco:
La guerra es el suicidio de la humanidad»,
Radio Vaticano, 2 de junio de 2013).
La propia Iglesia de Roma rechaza a ‘la
magia del mercado’ y considera que la ‘mano
invisible’ tiene dedos que jalan el gatillo.
Pero, ¿qué ha ido exactamente tan mal en el sistema
económico que tenía al mundo creyendo, luego
de la caída del Muro de Berlín, que una nueva era
de paz con grandes dividendos para la riqueza pú-
blica estaba ahora con nosotros, y que la panacea
de un ‘libre mercado global’ resolvería todos los
problemas con «cada vez más prosperidad» y «el
fin del Estado-nación»?
Mucho antes del reconocimiento histórico del
Papa, el libro profético de 1999 de John McMurtry,
The Cancer Stage of Capitalism (CSC) – La fase cancerígena
del capitalismo (FCC), proveyó la respuesta
a esta pregunta. Pero la extensamente ampliada
segunda edición (Londres: Pluto Press, 2013) entra
en detalles sistemáticos para dar cuenta de lo que
ha ocurrido de forma explosiva desde su diagnóstico
de 1999 de un trastorno cancerígeno mundial.
El 11 de septiembre de 2001 (9-11) y la crisis de
2008 para comenzar, así como el levantamiento de
América Latina y la caída de la Unión Europea, son
ahora tratados con la misma fórmula de desangre
de deuda bancaria hasta la muerte y la abolición de
las propias bases sociales que soportan la vida. Todos
por igual tienen una causa común: enriquecer
a las «secuencias de dinero transnacional que se
multiplican a través de los órganos de las sociedades
y los ecosistemas en todo el mundo».
Los problemas del mundo, FCC sostiene, siempre se
remontan a un «sistema de pensamiento desconocedor
de la vida» (pp. 87-110, edición en inglés). En
el núcleo genético del sistema capitalista mundial,
la economía dominante se centra ab initio en el valor
monetario y los deseos artificiales, y no en la
necesidad del valor y la capacidad vitales, de modo
que «el pensamiento económico es, en principio,
incapaz de reconocer lo que ha salido mal» (6). Se
guía por un cerebro para el que la distinción entre
el bien y el mal en la vida humana es invisible, y
sólo la ganancia o pérdida de dinero para los ‘inversionistas’
privados registra como valor último.
Las armas, el mayor elemento de fabricación en el
‘libre comercio del mercado mundial’, y aquí deconstruido
como ‘mercancías de la muerte’, están
a la cabeza de los tan cacareados ‘bienes’, comercializados
legalmente a través del mundo; al igual
que lo hacen los cigarrillos, la comida chatarra, los productos químicos cancerígenos, los gases de efecto invernadero y todo lo demás que sea destructivo
de la vida. Los bienes del mercado no son, ni siempre, ni necesariamente, el bien de la humanidad. Sin
embargo, siguen siendo llamados ‘bienes’, ya que permiten que los empresarios y accionistas hagan dinero.
Esta no es la neutralidad de valores. Como el mismo Papa dice ahora, es elegir el valor del dinero por
sobre el valor de las personas.
La primera edición de este libro no necesitaba modificaciones, pero la segunda edición actualiza y profundiza
ampliamente su explicación o, mejor, como veremos, su diagnóstico. Los grandes giros globales del
9-11, el colapso de Wall Street en 2008, el socialismo del siglo XXI en América Latina, y la caída continua
de la Europa socialdemócrata, están todos aquí analizados en profundidad. El nuevo concepto fundamental
del «life capital1
*: riqueza de vida que produce más riqueza de vida sin pérdida» (12), explica el terreno
económico real por tanto tiempo ausente de la teoría económica impartida. El prefacio del libro (¿Qué es
el capital?) y su extenso capítulo de apertura (Decodificando al sistema cancerígeno y su determinación)
son completamente nuevos, mientras que el nuevo subtítulo de «Cura» se explica a la luz de los últimos
12 años de asalto corporativo sobre dicho «terreno vital» y la creciente resistencia global al mismo.
Esta no es una obra neomarxista. Los supuestos marxistas de David Harvey (por no mencionar al propio
Marx) y el análisis de la teoría crítica de Jürgen Habermas, son expuestos a devastadores análisis fundamentales.
En la derecha, las categorías «desconocedoras de la vida» (11) de la teoría neoclásica y el neoliberalismo
son desmontadas, mientras que F.A. Hayek y Milton Friedman son demolidos quirúrgicamente.
Incluso la obra de Naomi Klein, que siguió a la primera edición del libro de McMurtry, es reseñada por su
ignorancia de la normalidad cancerígena subyacente en el ‘capitalismo del desastre’. No obstante, la crítica
no es la meta final del libro. Es la búsqueda de una salida en coherencia con la vida del más grande colapso
de la biosfera y la civilización que el mundo haya conocido.
McMurtry decodifica a «la gran enfermedad» como impulsada por particulares «secuencias de dinero
transnacional» privado (51) que se multiplican en siempre nuevas, y de más extraños tipos, a través de los
huéspedes de la vida a todos los niveles. Para él, el trastorno sistémico, surgió en 1973 con la derrota de
los Estados Unidos en la guerra de Vietnam, el abandono subsecuente del patrón oro y el experimento
chileno, que puso en marcha el dominio absolutista del dogma del libre mercado, al que el por mucho
tiempo parlamentario conservador de Italia y Ministro de Finanzas, Giulio Tremonti, recientemente le tildó
de nada más que «fascismo» (226). Luego, su desarrollo a partir de los años Reagan-Thatcher, al dominio
mundial en el siglo XXI, es desglosado paso a paso. En contra de su expansión, que ya se ha cobrado innumerables
vidas y ecosistemas, McMurtry plantea los universales e interrelacionados «requisitos de la vida
humana y natural» (4), cuyas necesidades de reproducción son acumulativamente privadas y despojadas.
Este conflicto es el tema fundamental del estudio. En un breve resumen, el «sistema cancerígeno» diagnosticado
en el nuevo capítulo inicial, son las secuencias de dinero global desreguladas y en crecimiento
exponencial hacia ilimitadamente más. La reconexión con las «secuencias de valor vital» y los «comunes
civiles», es la lógica interna de la recuperación (237-42).
El «Resumen diagnóstico de las tendencias degeneradas» de McMurtry (163-75), explica en detalle todos
los elementos del «mecanismo causal» en funcionamiento detrás de la enfermedad. Sin embargo, un
párrafo de este estudio es suficiente para resumir el ataque del sistema de dinero corporativo en todos los
frentes sobre la biosfera y la civilización:
El aire, el suelo y el agua se degradan acumulativamente; los climas y los océanos se desestabilizan,
las especies se extinguen a ritmo pasmoso en todos los continentes, los ciclos de (y los volúmenes de)
contaminación aumentan hasta poner en peligro los sistemas de vida a todos los niveles con efectos de
cascada; la mitad del mundo está en la indigencia y continúa aumentando mientras se multiplica la
desigualdad, el sistema alimentario mundial produce más y más basura incapacitante y contaminante
sin valor nutricional alguno, las enfermedades no contagiosas se multiplican hasta ser el asesino más
grande del mundo, con sólo curas para los síntomas; el futuro profesional de la nueva generación se desploma en todo el mundo, mientras que sus deudas bancarias aumentan, el sistema financiero global
ha dejado de funcionar para las inversiones productivas en bienes vitales, los organismos de interés
colectivo de gobiernos y sindicatos son eliminados, mientras que los subsidios estatales con fines de
lucro se multiplican; las leyes y métodos del estado policial avanzan, mientras las guerras beligerantes en
favor de los recursos corporativos aumentan; los medios de comunicación son vehículos de publicidad,
y la academia se reduce cada vez más a las funciones corporativas; los sectores y servicios públicos son
desprovistos de sus fondos de forma incesante, privatizados como evasión de impuestos, y la financiación
y los servicios corporativos transnacionales aumentan al mismo tiempo en todos los niveles. (144-46).
Este diagnóstico puede parecer hiperbólico. Pero la búsqueda de incluso una excepción a estas tendencias,
revela cuán exactas y precisas son. En general, una lección básica emerge. El ‘interés común’ de las
naciones y el ‘crecimiento económico competitivo’ no son uno y el mismo como se asume de forma regular
(256-57). Por el contrario, se encuentran en una guerra a gran escala cada vez mayor de ocupación
de las secuencias de dinero corporativo, sin límites frente a la vida y la resistencia del valor vital a todos
los niveles.
Frente a las ideologías de evasión del relativismo y el subjetivismo, McMurtry identifica un terreno de valor
objetivo y universal. Desde allí, él «recupera paso a paso el terreno vital perdido de los valores y el significado
fundamental sobre cómo debemos vivir» (338 n 115). Como se define en el glosario de McMurtry
para el tema de filosofía de la monumental Encyclopedia of Life Support Systems de la UNESCO (París y
Oxford: Eolss, 2009-10), el terreno vital es un concepto fácil de entender: «en concreto, todo lo que se
necesita para hacer la próxima inhalación, axiológicamente, todos los sistemas de soporte vital necesarios
para que la vida humana se reproduzca o desarrolle». Si no hay suficiente pan, agua limpia, aire respirable,
espacios abiertos en los cuales moverse y tener un sueño regular, aprendizaje progresivo y socialización,
ningún valor en absoluto que apreciemos será alguna vez expresado en la realidad.
Todos los valores, ya
sean éticos, políticos, legales, económicos, epistémicos, espirituales o estéticos, dependen de esta plataforma
vital. Incluso aquellos que niegan dicho terreno de valor le presuponen.
El problema fundamental es mencionado en una frase técnica: «Los rendimientos del crecimiento de las
secuencias de dinero, que no producen ninguna necesidad de la vida y emplean recursos no renovables
son cancerígenos, ya que multiplican el derroche de recursos e incapacitan a la vida y a los sistemas que
la soportan» (42). El trastorno tiene muchos senderos de ataque y expoliación: una producción y consumo
cada vez más derrochadores en las sociedades a la cabeza; el aumento de las patologías no contagiosas
a partir de mercancías adictivas intencionadamente comercializadas y destructoras de la vida; y el declive
de los estándares ambientales y sociales a través del planeta.
El diagnóstico investiga muchos sitios del
sistema cancerígeno en funcionamiento, tales como Chile, China, Irak, Canadá, Japón, Nueva Zelanda, la
ex Yugoslavia, África subsahariana, Ruanda, Libia, Guatemala, México, Perú y, más sistemáticamente, los
otrora prósperos Estados Unidos y Unión Europea. Un extenso índice analítico contempla los conceptos,
definiciones, tendencias y ejemplos.
A lo largo de la obra, McMurtry hace la distinción entre el buen y el mal Gobierno en principios. La legitimidad
del Gobierno depende de su cabal cumplimiento del mandato constitucional «preventivo» y «habilitador»
de las funciones vitales («el Estado social»); en tanto que el Gobierno malo o ilegítimo falla en, o
recorta estas funciones al servicio de la vida en favor de hacer crecer las secuencias de dinero privado de
los ricos («el Estado corporativo»; 255-56).
¿Pero qué está al servicio de la vida y qué no?, se preguntará
el lector. La imposibilidad de responder a esta pregunta por mucho tiempo les ha permitido a las élites y
los gobiernos el ignorar las necesidades vitales de las personas. El criterio de la necesidad de McMurtry
resuelve este acertijo de forma integral. Una necesidad es, y sólo es, «aquello sin lo cual las capacidades
vitales son siempre reducidas» o destruidas (19).
Armado con este entendimiento, él demuestra que el
capitalismo globalizador, desde al menos 1980, ha sido desconocedor de las necesidades vitales tanto en
la teoría como en la práctica. Como resultado, los problemas ecológicos y sociales más graves se derivan
de ello: desde los acuíferos y ríos perdidos ante la contaminación industrial y la sobreexplotación agroindustrial, a los derechos corporativos de mercado a envenenar los alimentos y fabricar medicamentos que
salvan la vida, el conocimiento inasequible a aquellos que lo necesitan, a más y más mercancías de armas
fabricadas y vendidas a sabiendas para mutilar y matar la vida. Tales crecimientos malignos demuestran
que la fe ciega en la ‘coincidencia feliz’ entre hacer ganancias y el interés común por la providencial ‘mano
invisible’ es, en el mejor de los casos, pseudociencia (2002-203).
Pero, ¿por qué todo esto cuenta como un sistema cancerígeno? El primer, y crucial, paso en el diagnóstico
de McMurtry, es el objetivo que define a los agentes económicos que dominan el mundo. Bien sean el
‘valor agregado’, las ‘ganancias’, ‘retornos sobre el capital’, ‘informes de ganancias trimestrales’ o el ‘valor
para los accionistas’, el único «código de valores dominante»(9) es de hecho, «maximizar por cualquier
vehículo, método o canal abierto a su entrada, la proporción del incremento de la demanda de dinero
de sus propietarios, frente a los aportes de demanda de dinero».(179)
En las palabras que expresan este
principio de valor subyacente, el economista de la Escuela de Chicago, Milton Friedman, es directo y absoluto:
«La única y exclusiva responsabilidad de las empresas, es hacer tanto dinero como sea posible para
los accionistas».(115) Como McMurtry deconstruye el problema: «Atrapada en un modelo de ingeniería
de entradas y salidas perfectamente divisibles, la vida misma es [por lo tanto], en principio descartada [...]
Lo que el dinero quiere es todo lo que existe».(99) En concreto, miles de reglas de tratados corporativos
prevalecen sobre todo lo demás, a menudo respaldadas por las fuerzas armadas controladas por los Estados
Unidos para cobrar la deuda, amenazar, embargar e invadir a las sociedades que se nieguen a la
multiplicación de las secuencias de dinero corporativo a través de ellas. Sin ninguna función vital siendo
ejecutada sino destruida, el sistema cancerígeno predeciblemente se desarrolla.
El segundo paso principal del diagnóstico, radica en reconocer que cualquier demanda de multiplicación
exponencial y descontrolada que no esté al servicio de las funciones vitales, es cancerígena por definición.
Es por esto que que las secuencias de dinero privado transnacional sin una función comprometida con
la vida, que invaden cada vez más y más ámbitos de la naturaleza, la sociedad y el organismo humano,
son el equivalente a un cáncer. En los términos clínicos de este estudio: «la atmósfera, el agua dulce y
los océanos, los mejores suelos, los árboles, los hábitats animales, las especies y los recursos minerales,
se degeneran en proporción directa a su capacidades portadoras de la vida y la biodiversidad», y «una
mayoría en aumento es cada vez más insegura, estresada, desposeída y desnutrida bajo las medidas del
mercado y el PIB». (169)
El tercer paso principal del diagnóstico, observa que en todas las patologías cancerígenas las defensas
inmunes de un organismo vivo, no reconocen el crecimiento invasivo. En cambio, estos reúnen cada vez
más todos sus recursos para la autorreplicación de la demanda parasitaria fuera de control. Así, las instituciones
protectoras de la vida de larga data de las sociedades, son desfinanciadas, redirigidas, y carentes
de respuesta frente al asalto acumulativo sobre los huéspedes de la vida y sus sistemas de soporte. En
cambio mutan en sirvientes del crecimiento de las secuencias de dinero privado sin límite. Los gobiernos,
los medios de comunicación, las universidades y las agencias de las Naciones Unidas, no reconocen el trastorno
del sistema, sino que colaboran con este de forma proactiva. Es por esto, argumenta McMurtry, que
hemos visto una larga sucesión de políticas desastrosas, que desangran a las sociedades en la depresión
desde el giro Reagan-Thatcher:
La ruina de los programas gubernamentales, los empleos de los trabajadores y los pequeños negocios,
con la disparada de las tasas de interés en una prima de más del 20% en la década de 1980 [...] la
derogación de las regulaciones instauradas en la Depresión como la ley Glass-Steagall [...] la carrera
hacia el fondo de los salarios, los beneficios y la legislación social por la competencia global sin
estándares de vida [...] tasas de interés y cargos por deudas canibalistas [...] ‘reformas de mercado’,
tratados corporativos por edicto que prohíben la legislación que reduzca las ‘oportunidades de
ganancia’, las guerras en las regiones ricas en recursos y con control social [...] tratados supranacionales
con amplios segmentos de todo o nada de derechos de los ‘inversionistas’ [...] ajustando todos los
derechos solo para las corporaciones transnacionales [...] y regulaciones vinculantes [que se sobreponen] a todos los requerimientos de la vida humana y natural a través del tiempo generacional. [...] El
desplazamiento bancario privado del control soberano sobre la moneda y el crédito (3-4 & 14).
¿Cómo entonces se pueden recuperar las sociedades? La respuesta es mediante la reconexión con el life
capital a todos los niveles. La patología de la codicia del dinero es tan antigua como la civilización, pero
nunca se le ha dejado andar libremente como soberana por sobre las naciones, la etapa cancerígena. En
ese sentido, es nueva. Ataca a todos los derechos históricos de la clase trabajadora, la regulación gubernamental,
la tributación progresiva, la inversión en el bienestar público, y los requisitos de la biosfera en
conjunto. McMurtry hace la reconexión con lo que él llama la evolución de los «comunes civiles» que,
según argumenta, definen la civilización misma, es decir, todas las ganancias reales de la especie humana
a través del tiempo generacional (147-49).
Este es uno de los principales argumentos del libro, y se remonta incluso hasta la naturaleza misma del
lenguaje. Una amplia gama de lo que damos por sentado, es mostrada para expresar el principio subyacente
de los «comunes civiles»: son todos los «entendimientos sociales que permiten el acceso universal
a los bienes vitales» (237-42). No es una idea obsoleta o utópica, sino que incluye entre otras cosas al
aire limpio que todavía respiramos, las leyes protectoras de la vida, los planes de salud universal, la World
Wide Web, el alcantarillado común, las aceras y los caminos forestales, los juegos y los campos de juego,
el movimiento de la ciencia abierta, los paisajes urbanos públicos, controles de contaminación eficaces,
plazas y aceras, las pensiones de vejez y el respeto, la educación universal, las prácticas de higiene universales,
elecciones justas, seguro de desempleo, el máximo de horas de trabajo y salarios mínimos, parques
públicos, agua potable, hábitats comunitarios de peces y radiodifusión y transmisión públicas.
Lejos de
ser simplemente un ideal, McMurtry demuestra que «la formación de los comunes civiles en la provisión
de los bienes vitales» ya ha demostrado ser superior a «cualquier sistema con ánimo de lucro» (242),
incluyendo las ‘asociaciones empresariales’, que son dejadas al descubierto como mecanismos de saqueo
de la riqueza pública.
Sin embargo, detrás de la ocupación corporativa global, se encuentra una serie de profundas falacias,
que son en gran parte desconocidas, incluso en el más alto nivel de la indagación intelectual. En primer
lugar, está la suposición absurda de que el ‘dinero privado’ solo cuenta como ‘demanda’ en ‘la economía’,
por lo tanto descartando «todas las necesidades y demandas de los sistemas de la vida orgánica y social
mismas» (6). Esto conecta con la conclusión absurda de que todos los productos corporativos son ‘bienes’,
sin importar lo perjudiciales para la salud de las personas y el medio ambiente que puedan llegar a ser.
Tal vez aún más polémica, es la identificación de McMurtry de una ostensible confusión entre el ‘exceso
de demanda’ del mercado corporativo mundial y la ‘sobrepoblación’ de la Tierra (10). Ese solo argumento
bien vale por todo el libro. No obstante, lo que se trata mayormente, son los supuestos dominantes de
que el ‘mercado global’ es de hecho un ‘mercado libre’ y por el ‘bien común’ (16 y 118-24), las máximas
premisas de valor que él demuestra como sistemáticamente falsas. Lo que es más, más adelante explica
que lo que cuenta como ‘productividad’ y ‘mayor eficiencia’ en este sistema, agota cada vez más el life
capital en todos los niveles (42). Aquí, el nuevo concepto primario de la segunda edición da lugar a una
«revolución económica copernicana», que se explica tanto en términos de principios como de políticas:
«Las tres erres de la verdadera economía»: reducir, reutilizar y reciclar, son [...] explicadas como la lógica
interna de la preservación y el avance del life capital en términos naturales, sociales y tecnológicos (313ff).
¿Y qué hay de China, que ahora al parecer está ganando la competencia económica global? ¿No es el
primer ejemplo de cuán exitosa ha sido la globalización, sobre todo en Asia? Según McMurtry, esta es
sólo una imagen muy parcial. Porque en realidad conduce a:
Más mortales en el largo plazo, son los entornos industrialmente devastados, cuya ruina a gran
escala está liderada por China, para producir productos baratos en masa que no le sirven a
ninguna necesidad de la vida. Cada vez más monumentales ciclos desconocedores de la vida, han
empequeñecido a la industrialización y desigualdad occidentales en su escala. Las Tres Gargantas, que definen la maravillosa belleza natural de China, han sido destruidas; su mayor lago de agua
dulce, convertido en barro y polvo; el Tíbet, saqueado e invadido, uno casi no puede respirar ni ver
a través del aire de las megalópolis, la corrupción es mucho más rampante, y cientos de millones de
pobres, son cada vez más privados de sus medios de vida que antes del cambio integral (296).
Los costos de vida y de life capital no son tenidos en cuenta en una gran escala fatal. El gran desarraigo
moral de la época también domina ahora al Partido Comunista de China, es decir, que la demanda monetaria
del mercado transnacional es el valor fundamental, y cada vez más mercancías baratas es el fin
supremo de la sociedad humana.
Pero, ¿cuál es el punto de la crítica devastadora? Parece una causa perdida. ¿En dónde, en cualquier sitio,
los avances del life capital de la humanidad están por encima del crecimiento del dinero privado corporativo
transnacional? McMurtry identifica a los comunes civiles fundamentales y las tendencias del life
capital subyacentes, en cuatro cambios de política esenciales que han funcionado desde hace mucho, y
lo hacen de nuevo cuando se les implementa: (1) «mayores impuestos para los ricos corporativos», para
pagar por los sistemas de soporte de la vida social y ambiental, y la vasta riqueza pública que subsidian
sus productos a todos los niveles (262-65), (2) «una agresiva recuperación nacional del control sobre los
recursos de propiedad pública» (268-72), (3) «banca e inversión públicas» (286-94), y (4) «la eliminación
guiada por las políticas, de la depredación estructural sobre los pobres y el medio ambiente» (295-99).
Criterios lúcidos informan las definiciones del capital «humano», «natural», «de conocimiento» y «social»
que sustentan estas políticas (20), mientras que el «life capital» y sus «parámetros universales de diagnóstico»,
especifican los «determinantes de la salud y la enfermedad social» para guiar la acción (162-63).
«La
recuperación de la gran enfermedad» por lo tanto es posible, aunque de ninguna manera fácil, concluye
McMurtry (288). Después de todo, una respuesta es requerida por el dolor en aumento causado por el
sistema cancerígeno, que es sentido por muchas comunidades en todo el mundo, como lo indican los
levantamientos masivos en países tan diversos como España, Egipto, Francia y los Estados Unidos.
Todos los cambios de políticas eficaces nutren al life capital, no al poder estatal. Pero, ¿quién o qué otra
cosa pueden estar al frente de la recuperación si no es el poder del Estado? ¿Quién o qué, si no el poder
estatal combinado, puede hacer del celebrado caso de Ray Anderson del 100% de producción industrial
sostenible, la norma para todas las empresas en la Tierra? (320-21). Según McMurtry, la intervención de
las autoridades públicas en la economía en favor de la vida es la única opción real. Las políticas que se requieren
no son utópicas, sino que han sido probadas a través de las naciones y los continentes. El cambio
en la tributación para el gasto público sobre las bases de la vida en común, ha demostrado que funciona
en los países escandinavos durante muchas décadas; y la recuperación pública de los recursos públicos, ha
hecho maravillas en Noruega y Ecuador.
En términos más generales, la «opción pública» está al servicio de
«las necesidades conocidas de [...] las personas y sus condiciones de vida» (30) en la mayoría de América
Latina, en muchos aspectos, que este recuento informa en un patrón conectado de manera sinóptica.
En cuanto a lo que se refiere al tercer cambio de política, McMurtry insiste en el papel fundamental que
el crédito desempeña en las economías modernas, y la urgencia de restaurar el control público del mismo
luego de los desastrosos efectos de la banca desregulada y el comercio no productivo sin fronteras. Compara
la larga serie de colapsos post Bretton Woods con el momento en que «las naciones se prestaban a
sí mismas y gastaban de manera productiva hacia la prosperidad en todo el mundo, durante y después de
la guerra de 1939-1945» (28). Asimismo, pone de relieve las experiencias positivas de los greenbacks de
Abraham Lincoln, los Landesbanks alemanes, el «sistema de banca y deuda pública» de Dakota del Norte
y la «Ley del Banco de Canadá de 1935 [...] que provee los préstamos del banco central al Gobierno como
su único accionista», al igual que todas las economías líderes utilizan «variaciones de la inversión pública»
sostenida por el crédito público (28 y 219-20).
El último cambio de política es «la eliminación progresiva de la depredación estructural sobre los pobres y
el medio ambiente», que es posible gracias a los otros tres cambios de política (295). Aquí, la reconstrucción
post 1945 de Europa por la inversión pública en capital humano, así como de América Latina desde el año 1999, muestra la forma de superación de la pobreza absoluta, mientras que la economía real se
recupera al mismo tiempo.
Para que el medio ambiente no esté más allá de la recuperación, el análisis
apunta al «cronograma de no contaminación del Protocolo de Ozono» (15), y el tan desatendido «y vinculante
Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales» (107), como pasos comprobados
en la protección y el desarrollo del life capital mediante políticas interestatales y leyes vinculantes. Solo las
normas y las condiciones internacionales del comercio han y pueden hacer cumplir lo que ya es conocido
como necesario.
La economía del dinero debe trabajar para la humanidad viviente, no la humanidad para el dinero sin vida.
McMurtry (229-30) describe cómo, en 2010, el político conservador y ex presidente de Francia, Nicolas
Sarkozy, reconoció este problema abiertamente en el lugar más improbable, el Foro Económico Mundial
en Davos, pidiendo una profunda reforma del sistema económico internacional. El desafío de Sarkozy a
los principales banqueros del mundo y directores generales fracasó, y finalmente selló su destino político.
Sin embargo, hacer caso omiso de esta cuestión fundamental por más tiempo, puede sellar también el
destino de la humanidad en muchas más y peores formas que sólo la política. La guerra, tan rentable
como puede ser, es sólo un símbolo muy revelador de cómo una axiología implícita basada en el dinero
no puede sino arrancar la vida de raíz.
13 de septiembre de 2013
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