Lea
esta crónica. Todo lo dicho en ella es completamente real, aunque se omiten los
nombres propios de manera a no herir susceptibilidades. Estamos a dos años de
la próxima campaña política, pero en Cajicá ya se inició la competición para
llegar a la alcaldía.
Es
jueves. El día está frío y en las calles de Cajicá, un increíble olor a
normalidad transita por ahí. Camino por la carrera quinta hacia el norte. Pero
hacer eso en Cajicá puede ser sorprendente. Si uno lo hace con atención
descubre que, bajo esa aparente calma, realmente todos están tejiendo la trama
de nuestra realidad. Es solo
concentrarse un poco que luego, los actores de ese tejido le permiten al
transeúnte percibir la intensa actividad. Lo hago, me concentro, como si fuera
un espía. Y en segundos veo un candidato a la alcaldía realizando su trabajo.
Habla con un voto (digo voto, porque por
esta época nadie más es apenas un ser humano). No consigo pasar inmune. Escucho
mi nombre y veo la inevitable señal. También quiere hablar conmigo. Me aproximo
sin saber que decir. Prefiero ponerme el rostro amable que caracteriza a todo
cajiqueño. Saludo. Rápidamente soy
introducido en la trama. El método es quejarse suficientemente de nuestra
patria chica y sus destinos. No hay como no concordar. Hay muchos problemas.
Entonces me decido y pregunto. Pero lo hago al viejo amigo, no al político. No
consigo cargarme de esa formalidad. Al final, lo conozco desde cuando éramos
niños. Los dos sabemos de nuestra historia, de nuestras familias y del
recorrido de cada uno. “Viejo, dígame…va a ser candidato a la Alcaldía?.”. Él
sabe que no tiene como mentir…hace un segundo estaba haciendo campaña. “Si. Voy
a insistir. Aunque, por la experiencia de las campañas anteriores, puedo decir
que esta va a ser la peor de todas. Los candidatos ya están gastando dinero en
eso y ni siquiera comenzó la campaña”. “ Ya?” le pregunto. “Están comenzando
tempranito. Eso quiere decir que la próxima va a ser más cara que la anterior”,
exclamo. “Si la anterior campaña costó más de mil millones de pesos, imagínese
esta” le dije de sopetón sin conseguir
no mentir. “Mil millones?, eso es mucha plata, esa fue la campaña más
cara aquí en Cajicá?” (Claro que no. La campaña más cara debió costar por lo
menos tres veces eso, pero esas son cosas que uno no le dice a un candidato.
Apenas se debe multiplicar por tres y así uno se aproxima de la realidad y ya).
“Esa fue la más cara”. Me pongo grave y le lanzo una verdad de cinco pesos. “
Pero eso significa que la corrupción corrió suelta, porque, al final, quien
tiene todo ese dinero para gastar en hacer
política, cierto?”. “Eso es así, entre más cara sea la campaña, más corrupción
habrá en el gobierno, no hay como evitarlo. Es así como funciona la política,
aquí y en cualquier lugar”. Fue
sincero, me parece. Pero, entonces, inocente, le pregunto, “bueno y porque no
hacer lo contrario?”, hacer una campaña que no valga un centavo, a final de
cuentas política no es gastar dinero comprando votos, es ofrecerle a la gente
una visión interesante de lo que debe ser nuestro municipio”. ( Ay , ay, que
inocente, me digo por dentro a mi mismo mientras lo escucho). “Hacer eso es no
hacer nada. En Cajicá la misma gente todo lo que quiere de un candidato es
plata. Gana el que más plata gaste, eso no hay nada que hacer. La gente le pide
a todos los candidatos y el que más gaste tiene más chance”. Me pongo un tanto en evidencia. “Pero esa es
la misma cuna de la corrupción, del fracaso de la política y de la futura
administración. Al final, va a tener que usar el presupuesto municipal para
pagar deudas de campaña, no es así?”. Él no lo duda ni un segundo. “Es así. Pero no hay nada que hacer. La gente
es bruta y aunque le digan no quiere otra cosa, quiere que el candidato gaste,
que ofrezca, que invite, que muestre que tiene con qué”. Lo interrumpo para complementar, “pero así
todo lo que se logra es obligarlo a robar. Al final, no hay salario de alcalde
que pague una campaña. Entonces de donde sale todo ese dinero?” Lo interrogo
descaradamente. Y él me responde, “sale de los intereses de unos cuantos que
saben que eso es un buen negocio. Nadie gasta dinero en campaña para beneficiar
a la gente. Todo candidato asume compromisos con los que financian su campaña.
Si gana, paga usando el presupuesto municipal. A través del favorecimiento de
los contratos. Eso es así. Y nadie lo cambia. El que paga la fiesta no es el
candidato, es el futuro contratista. El que paga la lechona, la camiseta, la
borrachera, es el que mañana va a cobrar caro por eso”.
Me
voy sintiendo mal en la conversación. Son muchas verdades dichas en un solo
metro cuadrado. Pero, me digo, un testimonio
como este vale oro, entonces, continuo. “Candidato. ¿Cuánto se va a gastar en
la próxima campaña?”. “ Si uno quiere
estar en el juego, hay que invertir. Vea, la primera vez me gasté 120
millones de pesos.( entonces calculo que gastó 360 millones). Me los gasté
haciendo educación ciudadana y no sirvió para nada. La gente me decía, vea
Usted no nos dio nada. En la segunda campaña me gasté como 400 millones (otra
vez la calculadora, entonces eso significa que se gasto por lo menos 1.200
millones). Pero no alcancé, porque los otros gastaron mucho más que yo. Para la
próxima, para estar por dentro estoy ahorrando. Voy a invertir 500 millones de
pesos. ( haga Usted la cuenta) Yo sé que los otros van a gastar más que eso,
pero lo voy a intentar.”.
Pero,
candidato, (le disparo), porque no le apuesta a un cambio de cultura política? “
Eso cada vez está peor. La gente está cada vez más embobada. Vea, que la
campaña no comenzó y los candidatos ya están gastando plata”. La curiosidad me mató. “Ya? Cómo, dónde? Mi
ignorancia fue patética, pero nada mejor que tener un amigo bien informado para
saber las cosas. “Por ejemplo, en una actividad de una de las Juntas de Acción
Comunal, esta semana, había cuatro candidatos. La actividad era para recoger
fondos para los regalos de navidad de los niños del sector. Todos estaban allá
y todos hicieron sus aportes. Y la gente va calibrando a cada uno. El que más
plata ponga, es el que mejor sale parado. Eso es así, la gente comenta,
compara. Y no importa quien sea, lo que cuenta es que bote plata”.
Voy
sintiendo pena profunda. El mecanismo que hace que estos pueblos se mantengan
en el atraso es exactamente ese. Entonces le digo, “Pero, candidato, eso es
terrible. Así, una actividad comunitaria, en la cual lo importante, más que
ganar dinero, es activar en los vecinos de un sector el sentido de
participación, la voluntad de trabajar juntos en beneficio de su comunidad se
pervierte al recibir dinero de los
políticos, eso destruye en las comunidades las ganas de trabajar y los vuelve
dependientes de esos personajes. Y pervierte también la política. Es ahí que
nace la politiquería, pues el candidato, al comprar la conciencia de la gente,
destruye el deseo de pensar en su propia
realidad y se conforma con unos cuantos pesos. Pero dígame, eso que hacen los
políticos y los dirigentes comunales es legal?”
El
candidato me mira. “Es legal. No hay nada que impida ese tipo de
prácticas”. Me quedo pensando. Entonces
el problema es más profundo. Es el tipo de cosa que a pesar de ser legal, es
destructiva. Es legal pero es
anti-ético. Se lo digo. Y él me responde, “la gente no se importa con la ética.
La gente lo que quiere es plata. Los políticos saben de eso y lo estimulan. Si
quieren ganar, van a tener que hacerlo de esa manera”.
Que
cosa..una práctica legal, como es la donación de dinero a las comunidades por
parte de los políticos, configura una práctica antiética. Pero, después, genera
una práctica ilegal, pues la corrupción se vuelve inevitable ya que el
candidato va a tener que pagar sus deudas de campaña y para eso, tendrá que
favorecer ilegalmente a sus socios políticos. Y entonces, tendremos a la misma
comunidad quejándose de la inutilidad de los candidatos que eligió. Quejándose
de la corrupción instalada. La corrupción solo es posible porque las
comunidades consienten prácticas corruptas de parte de los políticos. Resta
saber si de hecho desmontar ese círculo vicioso es imposible. Me despido del
candidato diciéndole que a pesar de todos los hechos en contra soy optimista.
Él se despide confirmando su hipótesis. “Eso es imposible”.
Y tiene porque ser optimista, Edilberto, lo que sucede es que se tapa por todos los medios el avance, el progreso de la gente y los medios, (Perdóneme señor periodista) son los mayores engañadores de la gente.
ResponderEliminar¿De dónde el optimismo? Vea usted, todo lo que hace Bogotá, lo copia el resto del país, si pavimenta la plaza de Bolívar los municipios hacen lo mismo, copian los andenes, las ciclo rutas, los paraderos, todo… espero que copiemos de Bogotá el voto de opinión, ¡Bogotá hace seis alcaldías vota por quien quiere, no por quien le dicen! No vota por los partidos, tampoco por lo que diga El Tiempo, RCN o Caracol, o Uribe, Bogotá es libre. Claro usted no encuentra un editorial dedicado a este tema, el periodismo nacional, no es independiente.
Orlando Rico C.
Agradezco su opinión. Si...soy optimista...por eso hago lo que hago. Si..parte de lo que hago es no leer ni El Tiempo, ni escuchar RCN o Caracol. Me pregunto, para qué hacerlo si son tan previsibles. La gran cuestión es fomentar una cultura política en la cual el hombre simple, el ciudadano común, al que todos intentan , y lo consiguen, manipular, sea completamente capaz de pensar y decidir sobre su realidad y actuar coherentemente. le apuesto la política, no a eso que hoy se vive de manera tan abuerta y descarada. Me doy el lujo de creer que si, es posible.
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