Por Edilberto Afanador Sastre, Sociólogo
Este
artículo debería titularse, Bogotá y su crisis inventada. La actual crisis
bogotana tiene un trasfondo histórico que no debe mantenerse oculto, pues hace
parte de la historia de la ciudad capital de Colombia: nunca hubo una forma de
gobierno que diera atención adecuada a las grandes mayorías, descendientes de
indígenas, campesinos y de poblaciones empobrecidas. Siempre vistos como
gentuza, don-nadies. El Estado,
apropiado desde el inicio de nuestra historia por las clases propietarias, no destinó
recursos ni inteligencia para atender sus demandas. No los integró al
desarrollo de la ciudad, no se hizo presente en sus barrios ni en sus vidas.
Se debe
reconocer que, como fruto de esa historia, se constituyó una base social que
permitió que otro modo de gobernar se instalara durante los últimos 4 años en
la Alcaldía de Bogotá. De un gobierno distrital elitista y neoliberal se
transitó para un gobierno de carácter democrático y por lo tanto, centrado en
lo social que, viene haciendo todos los esfuerzos para conseguir focalizar las
políticas públicas y los recursos públicos justamente sobre aquellos sectores
sociales que estuvieron siempre al margen. Hoy, en el último año de este
periodo de gobierno, es innegable, el hecho de que la implementación
consistente y coherente de diversas políticas públicas, ha sacado de la pobreza
más de medio millón de personas al darles acceso a los bienes fundamentales de
la vida. Miles de familias finalmente están viendo garantizados derechos que nunca antes habían podido satisfacer. Tener
alimentación cotidianamente, el cuidado de la salud, la posibilidad de un
techo, alternativas de generación de renta, educación, servicios básicos de
agua, alcantarillado, energía y opciones de recreación, deporte y cultura.
Sin
embargo, muchos se han dedicado a calificar negativamente este conjunto de
políticas públicas. Califíquenlas como quieran, pero estas medidas vienen
demostrando que son buenas para las poblaciones a las cuales están dirigidas. Y
deben ser sostenidas en el tiempo para que sus efectos alcancen la
transformación necesaria de la vida de esos ciudadanos, hasta que los veamos
convertidos en ciudadanos plenos. Esa es la primera misión ética del Estado de
derecho, la de garantizar la vida de sus ciudadanos.
¿Por qué los
gobiernos anteriores, de siglos, no tomaron esas iniciativas? ¿Era necesario
esperar un alcalde cuya historia personal pasa por la lucha armada para
realizar estos cambios? La Bogotá Humana viene consiguiendo esta hazaña histórica,
no sin fuertes oposiciones por parte aquellos que desprecian esos sectores
sociales.
Algunos
extractos de las altas clases privilegiadas tienen a respecto de las clases
marginadas, una percepción que es una mezcla de vergüenza, odio e indiferencia.
Esta percepción refleja una postura de clase. Asumen posturas de indignación y
de rabia frente a los esfuerzos que se realizan por mejorar la vida de quienes
nunca antes fueron escuchados realmente por la ciudad. Pero no siente ni indignación
ni rabia por los escándalos de corrupción que han sido la constante en los
gobiernos anteriores.
Estas élites,
que cuentan irrestrictamente con los medios de comunicación tradicionales,
altamente marcados por una ideología reaccionaria ultraderechista, son apoyadas
por la vieja oligarquía nacional. En su conjunto, nunca aceptaron un gobierno
de raíz popular. Hacen y dicen de todo para inviabilizarlo y para eso se sirven
de distorsiones, difamaciones y mentiras, sin cualquier pudor. Pero también de
las instituciones en las cuales se usan todo tipo de artimañas jurídicas para
detener la implementación de programas y proyectos dirigidos a cambiar las
estructuras que han mantenido el atraso de la ciudad.
Dos
estrategias son visiblemente usadas por la derecha bogotana para volver a la administración
de la ciudad:
La primera
es mantener la ciudad sumergida en un clima de permanente crisis, para con eso
impedir que la ciudadanía pueda configurar su propia visión del proceso. Para eso
se orquestan por todos los medios de comunicación tradicionales, visiones ultra
negativas de la situación que son fruto de toda una historia de falta de
gobierno y no consecuencia de este gobierno. Se exageran casos sueltos, se
replican incesantemente las malas noticias, se concentran en lo negativo, como
si solo lo negativo aconteciera en la ciudad y, sobre todo, se oculta
sistemáticamente todo lo positivo y transformador que pasa en los más diversos
espacios y sectores de la ciudad. Se
amplifican las opiniones negativas y se muestran como si fuera un consenso
universal, es decir, se manipula abiertamente la información hasta
transformarla, de tanto repetirla, en una verdad absoluta. La verdadera ciudad,
en toda su complejidad, simplemente, desaparece.
La segunda
consiste en un proceso de desmontaje del gobierno de Gustavo Petro, calumniándolo
como incompetente e ineficaz y deslegitimando sus decisiones y su liderazgo. Difamaciones, distorsiones y mentiras han sido
una estrategia constante para disminuir, desmantelar, destituir y detener la
acción del burgomaestre. Su destitución, el derrumbe del POT, las constantes
amenazas a su vida, son apenas dos de los muchos obstáculos que se le
impusieron al alcalde, con el único fin de consolidar la idea de que Bogotá
está sin gobierno y, claro, disminuir al máximo la proyección política de
Petro, que se perfila como uno de los candidatos a la presidencia en el 2018.
Esos
procedimientos apenas revelan que tipo de democracia tenemos en Colombia. Una
en la cual solo quien pertenece a una determinada clase social tiene
legitimidad para gobernar. Una en la cual la corrupción y el desvío de los
recursos públicos por parte de esas élites, es parte de la naturaleza de las
cosas, un derecho eterno e inamovible. Una en la cual, la desinformación y la
distorsión de la verdad son la propia verdad. Una en la cual cambiar en favor
de los más necesitados es entendido como un mal negocio. Una en la cual, hablar
de justicia social, equidad, derechos humanos, es algo óptimo para el tiempo de
elecciones, pero algo mal visto en tiempo de gobierno. Una en la cual, solo son
ciudadanos los que saben por dónde corren los recursos del Estado a sus cuentas
bancarias. Una en la cual, la élite cuenta con la impunidad de la justicia, la
complicidad de los medios de comunicación y la indiferencia de la gente. La
crisis de Bogotá existe, pero está relacionada con la permanencia anacrónica de
esas estructuras de poder. Y sobre ella, la verdadera crisis de Bogotá, ellos,
los de siempre, no hablan.
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