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miércoles, 20 de mayo de 2015

Bogotá y su crisis


Por Edilberto Afanador Sastre, Sociólogo



Este artículo debería titularse, Bogotá y su crisis inventada. La actual crisis bogotana tiene un trasfondo histórico que no debe mantenerse oculto, pues hace parte de la historia de la ciudad capital de Colombia: nunca hubo una forma de gobierno que diera atención adecuada a las grandes mayorías, descendientes de indígenas, campesinos y de poblaciones empobrecidas. Siempre vistos como gentuza, don-nadies.  El Estado, apropiado desde el inicio de nuestra historia por las clases propietarias, no destinó recursos ni inteligencia para atender sus demandas. No los integró al desarrollo de la ciudad, no se hizo presente en sus barrios ni en sus vidas.
Se debe reconocer que, como fruto de esa historia, se constituyó una base social que permitió que otro modo de gobernar se instalara durante los últimos 4 años en la Alcaldía de Bogotá. De un gobierno distrital elitista y neoliberal se transitó para un gobierno de carácter democrático y por lo tanto, centrado en lo social que, viene haciendo todos los esfuerzos para conseguir focalizar las políticas públicas y los recursos públicos justamente sobre aquellos sectores sociales que estuvieron siempre al margen. Hoy, en el último año de este periodo de gobierno, es innegable, el hecho de que la implementación consistente y coherente de diversas políticas públicas, ha sacado de la pobreza más de medio millón de personas al darles acceso a los bienes fundamentales de la vida. Miles de familias finalmente están viendo garantizados derechos que  nunca antes habían podido satisfacer. Tener alimentación cotidianamente, el cuidado de la salud, la posibilidad de un techo, alternativas de generación de renta, educación, servicios básicos de agua, alcantarillado, energía y opciones de recreación, deporte y cultura.
Sin embargo, muchos se han dedicado a calificar negativamente este conjunto de políticas públicas. Califíquenlas como quieran, pero estas medidas vienen demostrando que son buenas para las poblaciones a las cuales están dirigidas. Y deben ser sostenidas en el tiempo para que sus efectos alcancen la transformación necesaria de la vida de esos ciudadanos, hasta que los veamos convertidos en ciudadanos plenos. Esa es la primera misión ética del Estado de derecho, la de garantizar la vida de sus ciudadanos.
¿Por qué los gobiernos anteriores, de siglos, no tomaron esas iniciativas? ¿Era necesario esperar un alcalde cuya historia personal pasa por la lucha armada para realizar estos cambios? La Bogotá Humana viene consiguiendo esta hazaña histórica, no sin fuertes oposiciones por parte aquellos que desprecian esos sectores sociales.
Algunos extractos de las altas clases privilegiadas tienen a respecto de las clases marginadas, una percepción que es una mezcla de vergüenza, odio e indiferencia. Esta percepción refleja una postura de clase. Asumen posturas de indignación y de rabia frente a los esfuerzos que se realizan por mejorar la vida de quienes nunca antes fueron escuchados realmente por la ciudad. Pero no siente ni indignación ni rabia por los escándalos de corrupción que han sido la constante en los gobiernos anteriores.
Estas élites, que cuentan irrestrictamente con los medios de comunicación tradicionales, altamente marcados por una ideología reaccionaria ultraderechista, son apoyadas por la vieja oligarquía nacional. En su conjunto, nunca aceptaron un gobierno de raíz popular. Hacen y dicen de todo para inviabilizarlo y para eso se sirven de distorsiones, difamaciones y mentiras, sin cualquier pudor. Pero también de las instituciones en las cuales se usan todo tipo de artimañas jurídicas para detener la implementación de programas y proyectos dirigidos a cambiar las estructuras que han mantenido el atraso de la ciudad.
Dos estrategias son visiblemente usadas por la derecha bogotana para volver a la administración de la ciudad:
La primera es mantener la ciudad sumergida en un clima de permanente crisis, para con eso impedir que la ciudadanía pueda configurar su propia visión del proceso. Para eso se orquestan por todos los medios de comunicación tradicionales, visiones ultra negativas de la situación que son fruto de toda una historia de falta de gobierno y no consecuencia de este gobierno. Se exageran casos sueltos, se replican incesantemente las malas noticias, se concentran en lo negativo, como si solo lo negativo aconteciera en la ciudad y, sobre todo, se oculta sistemáticamente todo lo positivo y transformador que pasa en los más diversos espacios y sectores de la ciudad.  Se amplifican las opiniones negativas y se muestran como si fuera un consenso universal, es decir, se manipula abiertamente la información hasta transformarla, de tanto repetirla, en una verdad absoluta. La verdadera ciudad, en toda su complejidad, simplemente, desaparece.
La segunda consiste en un proceso de desmontaje del gobierno de Gustavo Petro, calumniándolo como incompetente e ineficaz y deslegitimando sus decisiones y su liderazgo.  Difamaciones, distorsiones y mentiras han sido una estrategia constante para disminuir, desmantelar, destituir y detener la acción del burgomaestre. Su destitución, el derrumbe del POT, las constantes amenazas a su vida, son apenas dos de los muchos obstáculos que se le impusieron al alcalde, con el único fin de consolidar la idea de que Bogotá está sin gobierno y, claro, disminuir al máximo la proyección política de Petro, que se perfila como uno de los candidatos a la presidencia en el 2018.
Esos procedimientos apenas revelan que tipo de democracia tenemos en Colombia. Una en la cual solo quien pertenece a una determinada clase social tiene legitimidad para gobernar. Una en la cual la corrupción y el desvío de los recursos públicos por parte de esas élites, es parte de la naturaleza de las cosas, un derecho eterno e inamovible. Una en la cual, la desinformación y la distorsión de la verdad son la propia verdad. Una en la cual cambiar en favor de los más necesitados es entendido como un mal negocio. Una en la cual, hablar de justicia social, equidad, derechos humanos, es algo óptimo para el tiempo de elecciones, pero algo mal visto en tiempo de gobierno. Una en la cual, solo son ciudadanos los que saben por dónde corren los recursos del Estado a sus cuentas bancarias. Una en la cual, la élite cuenta con la impunidad de la justicia, la complicidad de los medios de comunicación y la indiferencia de la gente. La crisis de Bogotá existe, pero está relacionada con la permanencia anacrónica de esas estructuras de poder. Y sobre ella, la verdadera crisis de Bogotá, ellos, los de siempre, no hablan.



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