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viernes, 28 de noviembre de 2014

Cajicá 2030





Carta al PBOT de 2014

Viaje a la Cajicá de 2030, desde donde un ciudadano le escribe una carta al Concejo Municipal y a la Alcaldía de Cajicá, contándoles los impactos de las decisiones tomadas en el PBOT de 2014.





Ya se han pasado 16 años desde que fue aprobado el PLAN DE ORDENAMIENTO TERRITORIAL DE CAJICÁ, en el año de 2014. Hoy, tengo 67 años y en esa época tenía 51. Puedo decir que viví paso a paso su transformación. 
Ustedes nos dijeron que Cajicá se transformaría en una ciudad. Y en eso se transformó. Hoy, en pleno 2030, Cajicá tiene más de 250 mil habitantes, sus barrios van de la margen del Rio Grande hasta arriba de la montaña, desde su frontera con Chía hasta la frontera con Zipaquirá. Ustedes cumplieron, abrieron la posibilidad de hacer de Cajicá una ciudad y ahora, vivimos en ella. Somos 250 mil, aunque Ustedes nos dijeron que solo serian 60 mil. Cómo fue posible eso? Es claro que no se trataba de un error, sino de una estrategia.

La ciudad que Ustedes nos prometieron es muy diferente a la ciudad que aquí creció. Aqui les cuento lo que pasó en estos años.

Lo que Ustedes pensaron fue que construyendo condominios de lujo en todas las tierras cultivables, harían de Cajicá una especie de barrio rico al norte de Bogotá. Nos hicieron creer que ese era el destino inevitable de Cajicá. Nos dijeron que el desarrollo era imparable y que la demanda de vivienda por parte de Bogotá era algo imposible de detener.
A pesar de que hubo quién les dijera que eso no debería hacerse de esa manera, Ustedes, mantuvieron firme la decisión y convirtieron Cajicá en una ciudad. Pero en qué tipo de ciudad? Bueno, ese es el tema de mi carta. Les voy a contar como es esta Cajicá, la que resultó de las decisiones que Ustedes tomaron en 2014, la Cajicá de 2030.



En 2014 solía subir al cerro de La Cumbre a mirar desde lo alto el paisaje cajiqueño. Ya en ese entonces daba para percibir que la enorme masa urbana que era Bogotá, avanzaba hacia nosotros. Pero aún teníamos como establecer un cinturón verde que sirviera de contención al cemento. Recuerdo que Ustedes se rieron al oír a una ciudadana pedirles que pensaran en esa posibilidad.  Hoy, 16 años después, eso no es factible. La malla urbana hace imposible decir donde termina Bogotá y donde comienzan estos municipios. Cajicá y Chía son un mismo conglomerado de calles y carreras sin fin. Cajicá y Zipaquirá, igualmente se tocan y se confunden.
Ese monstruo urbano, que hoy es llamado de Gran Bogotá, no se puede observar desde los cerros. Estos están ocupados por condominios y por barrios degradados. Es imposible llegar caminando hasta el antiguo mirador. Lo que era Pozo Hondo, sitio Sagrado y legado de nuestros ancestros, hoy está tomado de casas. No hay árboles. Estos desaparecieron por los incendios forestales que todos los eneros se volvieron rutina. No hay una sola fuente de agua. Todas desaparecieron bajo camadas de cemento. Guardias armados y perros entrenados son lo único que circula a pie por aquí. Los carros de lujo y las grandes camionetas de vidrios oscuros penetran cercas que no dejan al transeúnte observar hacia los interiores de las mansiones que se instalaron aquí. La mayoría, esto se sabe, es propiedad de narcos y otros personajes que hicieron fortunas de oscura procedencia, políticos corruptos y empresarios de grande porte.


La palabra vereda no se pronuncia más aquí. No existen las veredas. Existen los barrios. Los niños de hoy no entienden lo que significa la idea de vereda. ¿Vallado? No hay más vallados. Les cuento a mis nietos que por aquí cerca había un vallado y me preguntan, ¿qué es eso abuelo? Nacieron en una Cajicá sin vallados. Nunca, en su corta vida han visto un sapo, no han escuchado su croar, ni tienen idea de lo que era tener un árbol en el patio. Los pájaros que conocí en mi infancia no habitan aquí. Todo lo que se escucha es el incesante motor de los carros que hoy se disputan cada centímetro de las vías públicas. Sus pitos nos aturden. Mis nietos ven los pájaros en los documentales que transmiten en la televisión, cuando hablan de especies extintas.
Nombres como Chuntame o Chunuguá no quieren decir nada para estos chicos. Esos nombres fueron abandonados. Tenemos ahora nombres modernos, de barrios que se pretenden elegantes. Barrios con nombres en inglés son comunes. Dicen que es para que combinen con los nombres anglosajones de los colegios bilingües. Se ríen cuando les digo que teníamos nombres bellísimos para nuestras veredas. ¿Chunta qué?, ¿Chunu cómo? ¿Nombres muiscas, que es eso, abuelo?
Cuando les cuento que en mi infancia solía salir a caminar por la vereda y que me encantaba con los árboles, los pájaros, el verde de los pastos y con los cultivos de papa, trigo, alverja, que me encantaba jugar en los cultivos de maíz. Ellos se miran incrédulos. Todo lo que ven de esos productos está apenas en cajas y tarros. Son imágenes que nada tienen que  ver con la realidad de estos chicos de ahora. Nunca verán una gallina o una vaca en un potrero. Porque no hay potreros, no hay gallinas o vacas. Todo lo que hay es barrios y barrios y barrios.
Sin la dirección no consigo llegar a ningún lugar. En otra época conocía la casa de mis amigos, de mis hermanos y primos, de mis tíos y de muchas familias cajiqueñas. Pero todo eso desapareció. Nadie más habla de ser cajiqueño. Nadie más se siente cajiqueño. Nadie más conoce un cajiqueño. Yo mismo evito decir eso para no sentirme mal. Es que la gente que vive en estos barrios no se siente de aquí. Son de todas partes y, en general, nadie habla con nadie, porque a nadie conoce. Cada uno vive su vida como si estuviera en un planeta diferente y no se importa con los demás. Los cajiqueños que conozco están fuera de Cajicá y se fueron huyendo de lo mismo que huían los habitantes de Bogotá, de la polución, del exceso urbano, de la inseguridad, de la fealdad urbana.
Como no conozco ni me conocen, camino en soledad todos los días. Mastico en mis caminadas la nostalgia de una Cajicá que se diluyó entre el cemento y el hierro. Las cercas electrificadas e impersonales, como si fueran todas sacadas de una revista, hacen de esta ciudad algo sin identidad, sin memoria, sin historia. Lo que impera aquí, es lo mismo que impera en cualquier barrio de Bogotá, el miedo, la soledad, la inseguridad y el ruido. Cosas que nunca viví cuando era joven y que apenas vine a percibir por primera vez cuando Ustedes estaban al comando, hoy son el pan de cada día: casinos, zonas de prostitución, tráfico de drogas, mafias, corrupción. 
Me dirán Ustedes que ya en esa época existía inseguridad. Créanme, no saben lo que es ahora, 16 años después. Es que, aunque no estaba en el Plan de Ordenamiento que aprobaron, hacer los nuevos barrios, implicó la llegada de enormes contingentes de trabajadores de todas partes. Primero llegaron solos, se instalaron en piezas de inquilinato. Luego, vinieron sus parientes y sus conocidos y estos trajeron otros. Al final, Cajicá se transformó en una ciudad con muchas opciones de empleo en el ramo de la construcción. Los que eran unos cuantos inquilinatos, pasaron a ser barrios enteros en los cuales, cada casa, fue arrendada para que en cada cuarto viviera una familia o un grupo de personas. Eran trabajadores que conseguían contratos temporales con las empresas constructoras. Ganaban diez salarios por año y con eso debían sostener una familia durante todo el año. Llegaron solos, pero a lo largo de estos años nació una nueva generación de cajiqueños. Y así vimos crecer dos ciudades. La ciudad de los condominios y la ciudad de los inquilinatos. La ciudad de los condominios cerrados y la de los barrios deteriorados en donde conglomerados enormes de trabajadores intentan sobrevivir ahora que el trabajo en la construcción declinó y que nadie más los necesita.
No se sienten de aquí, pero sus hijos nacieron aquí y no tienen para donde ir.  Como no tienen trabajo, ni siquiera por temporadas, se dedican a todo tipo de informalidades, venden mercancías traficadas en todas las calles de la ciudad, sus cachivaches invaden los andenes y todo el día generan basura, desperdicio y orina. Las calles del centro, especialmente, y las de otros barrios, huelen a excremento y se volvieron insoportables. No hay policía suficiente para controlar todo lo que pasa por estas calles. Ser robado, asaltado, engañado, empujado o insultado, es cosa de todos los días. Sus barrios están cercados. La primera cerca la pusieron Ustedes, (recuerdan?), en lo que era el barrio La Estación. La idea era separar los habitantes de barrio de los habitantes del condominio y lo lograron. Hoy, esas cercas están por toda la ciudad y sirven para contener la ira de unos y el miedo de los otros. La segregación social se la inventaron Ustedes.  
El centro, en esa época ya veía ocurrir todos esos fenómenos. Pero eran apenas fenómenos emergentes, pequeños y aunque nos sorprendían, nunca imaginamos que eran resultado del proceso de urbanización que ya había comenzado. A nadie se le ocurrió estudiar la relación entre urbanización y deterioro urbano. Les parecía que hacer condominios para gente de clase media y alta no tendría esas consecuencias. Ya había señales en rojo, pero, nuestros planificadores de momento, estaban completamente ebrios al volante y saltaron olímpicamente todas las advertencias, rieron de todos aquellos que levantaron la voz para alertar. Nadie estaba a la altura del supuesto conocimiento técnico con el cual ellos respondían a todas las preguntas.
¿Qué somos hoy? Un barrio periférico de la Gran Bogotá. Una continuidad del oleaje urbano que comienza en el lejano Soacha y termina en ese otro barrio que un día fue el municipio de Ubaté. Una parte miserable de esa mancha estúpida que invadió de calles, carros y polución lo que en otras épocas eran las tierras más fértiles de toda Colombia. La que fue considerada una de las sabanas más bellas del planeta, la Sabana de Bogotá. Ahora es un mar de cemento y Cajicá, solo un segmento dentro de ese extenso complejo urbano.
¿De donde vienen nuestros alimentos? De fábricas ubicadas en algún lugar del planeta. Nada de lo que comemos es natural. Todo es artificial y nada es producido por campesinos nuestros. Estos, como grupo humano dedicado a cultivar la tierra y producir alimentos, no existen más. Recuerdo que en las últimas fiestas del Día del Campesino, los regalos que se les iban a brindar, sobraban. Pero no imaginamos que igual que los pájaros, los campesinos también eran una especie en extinción. Pero eso a ustedes no les importaba, suponían que eso no tenía nada a ver con las decisiones que tomaban.
¿De dónde viene nuestra agua? (Claro, cuando viene), viene de plantas de tratamiento de aguas usadas. Es agua de malísima calidad, pues para poder usarla es necesario tratarla con dosis absurdas de químicos. Es cara y escasa. Mis nietos no saben lo que es beber agua de la llave. Mucho menos, lo que fue para mi, beber agua de alguna fuente natural, de una quebrada. Hoy, en 2030, el agua de tomar siempre es comprada en el supermercado. Es agua importada. Qué vergüenza decir esto, nuestros líderes nunca pensaron seriamente en que el agua era un bien que se estaba acabando. Siempre les pareció ridícula esa posibilidad. Construyeron acueductos, pero por ellos no transita agua todos los días. La mayor parte del agua es comprada en botellones en el supermercado y su precio es oro. No tomamos baño todos los días. No regamos nuestras flores (porque no tenemos flores), no lavamos nuestras casas. Es decir, racionalizamos cada gota de agua, porque, solo ahora que el mundo está en guerra por la poca agua que aún existe en el planeta, nos dimos cuenta de que, urbanizar implicaba un incremento excesivo de agua para el consumo de los miles de nuevos habitantes. No hay más agua para tanta gente.
Y lo que en 2014 aún podíamos entender como ríos, el Río Frío y el Rio Bogotá, que ya en ese entonces eran altamente contaminados, hoy, apenas 16 años después, son cloacas negras. Cargan en sus lechos millones de toneladas de contaminación por día. Ustedes fueron los llamados a rescatarlos, pero no hicieron nada. Nunca se recuperarán. Están muertos para siempre.  Cementerio líquido en cuyas orillas comienzan a nacer tugurios habitados por gente que continúa llegando de lugares sin nombre.
Lo que sí hicieron fue llevar hasta los ríos los kilómetros de alcantarillados que construyeron para todas las nuevas urbanizaciones y barrios que crecieron en tan poco tiempo. Pero, como en esa época, son insuficientes. Están siempre llenos de basura y una pequeña lluvia genera inundaciones aquí y allí. Cuando llueve mucho, el sistema colapsa. Entonces, la ciudad es un verdadero mar de aguas negras. En los barrios pobres las calles se transforman en piscinas de inmundicia en los que navega nuestra miseria urbana. Cajicá huele feo.
Ya olía a feo en 2014. Eso es verdad. La caca de las gallinas de las grandes productoras instaladas en este territorio, inundaba con olor a excremento y carne muerta buena parte del municipio. Esas empresas tuvieron que irse a otra parte. Pero el mal olor se quedó. La contaminación de los carros, que ya era elevada en 2014, se multiplicó en la misma proporción que se multiplicó la gente. Las personas continúan apegadas a la estúpida idea de que necesitan carro para moverse a todos lados. El transporte colectivo sigue siendo un tumulto del cual ahora participan más de 150 mil personas por día. Acéptenlo, Ustedes, pensaron en los condominios bonitos, pero no se imaginaron los trancones, la contaminación, el ruido y los costos que hacer vías, establecer sistemas de transporte y regularlo, tendrían. Si en ese año esto ya era un caos, intenten imaginarse lo que es ahora en el 2030. Es un infierno. El centro de Bogotá se quedó infinitamente lejos. Llegar a la estación más cercana del Metro de Bogotá implica una aventura cotidiana. El tren de cercanías es un enjambre humano al que todos queremos evitar.
Huele feo porque la cantidad de basura es imposible de ser manejada debidamente. Ya lo sé, Ustedes no proyectaron una ciudad con basura por todos lados. En el afán de vender licencias de construcción no calcularon cuantas toneladas de basura los nuevos y viejos habitantes producirían. Ahora estamos realmente inundados con estos despojos que hacen de Cajicá un lugar inevitablemente sucio y feo. ¿Recuerdan como amanecía la carrera 6ª todas las mañanas? Era un horror ver la basura expuesta. Imaginen el mismo escenario, pero en todas las calles de la ciudad. No teníamos en donde depositar las toneladas de basura que produciamos en 2014, ahora en 2030 tenemos que pagar cuantias absurdas del presupuesto público para sacar de Cajicá 5 veces más basura. Lo sé, no pensaron en eso tampoco.
Las zonas verdes se quedaron en los planos. Las constructoras siempre encontraron una manera de sobornar a quien fuera para evitarse costos con espacios de cesión. El espacio público nunca fue más allá de un cálculo. Todo fue vendido impunemente. Espacios verdes eran apenas cosas que suenan bien en las campañas políticas, pero no en los planes de los urbanizadores. Ellos, antes y ahora no están dispuestos a pagar por espacios verdes.
Esta ciudad sombría que Ustedes inventaron en el papel, bien podría no existir. No era necesario llegar hasta aquí. Cajicá tuvo en manos de Ustedes su última chance y ésta fue rifada en la ruleta loca de las grandes inmobiliarias. Éstas llegaron, los sedujeron, los dejaron ricos y satisfechos y se fueron. Hoy, solo sabemos de ellas por los pagos mensuales de las cuotas de los apartamentos y casas que estaremos pagando por otros 15 o 20 años. A esas empresas las gobierna el olvido. Saben construir rápidamente y elevar sus increíbles lucros, pero desconocen sistemáticamente las consecuencias de lo que dejan para atrás. Ha sido así en todas las ciudades por donde pasan.


En este 2030 no soñamos con una ciudad. La sufrimos. Pero, quién sabe, si esta carta les llega a donde tiene que llegar, no a las manos, sino al alma, Ustedes, con su voz y con su voto, decidan soñar y permitirse el sueño de una Cajicá, ambientalmente sostenible, socialmente integrada, en la cual vivir con dignidad el hecho de ser cajiqueños.  Si aun así, deciden seguir con sus planes, les ruego, quédense aquí y tengan el coraje de ver con sus propios ojos las consecuencias de sus actos.

1 comentario:

  1. Exactamente ocurrió en todos los pueblos que existían en 1970 por la sabana, sus habitantes queriendo ser llamados ciudadanos y no pueblerinos, propiciaron estos cambios con las mafias de políticos, alcaldes, concejales, para vender los pueblos a los corruptos de cuello blanco, que todo lo consiguen con sobornos.

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