Entre las clientelas políticas,
los electores inconscientes, los desinformados, los escépticos y los
indiferentes…nuestra democracia local se desmorona
La democracia, por definición,
requiere ciudadanos conscientes, críticos, participativos y presentes. Tenemos
que preguntarnos los Cajiqueños, ¿cómo nos iría en una evaluación sobre cultura
democrática si partimos de esa definición como principio?
Nos iría mal. La mayoría de
nuestros electores padece de algún tipo de distorsión a respecto de su
ciudadanía. Esa es la razón por la cual vemos que nuestro municipio se transforma
rápidamente en una ciudad que refleja urbanización desordenada, inseguridad,
contaminación, destrucción del medio ambiente, entre otros tantos males.
Votamos mal, elegimos mal y lo que es peor, posiblemente volveremos a votar
mal. ¿Por qué?
Una parte importante de nuestros
electores elige sus candidatos a partir de sus intereses personales. Intereses
de carácter económico. Votan por aquel político que se comprometa con ellos con
puestos, contratos o favores. En general, se trata de vínculos bastante
fuertes, básicamente porque la única forma de garantizar el logro de las
esperadas retribuciones económicas, es elegir al candidato que mantiene sus
votos pagándolos con estas prebendas. Si
para eso es necesario disponer de recursos económicos durante la campaña, el
elector, invierte lo que considere necesario para garantizar su parte del
botín. Sabe que a mayor cuantía invertida, mayor será la retribución que
recibirá. Elegir y ser elegido es un negocio. Lucrar con él, depende de ganar
las elecciones. Para ello, hay que conquistar votos y estos se compran de
diversas maneras. Cada voto tiene un valor pre-estimado. El costo de la campaña
es calculado de esa manera. Por eso sus campañas son costosas y sus
patrocinadores hacen sus cálculos racionalmente. Si invierten 100 durante la
campaña, esperan obtener 1000 durante el gobierno. Esa es la razón del despliegue
de vallas, afiches, pasacalles, volantes, calcomanías, regalos, fiestas,
orquestas, zumbas, camisetas, uniformes y derroches. La clientela es fiel a sus
intereses y para eso se especializa en grandes cortejos.
Esta clientela política vive de
otras especies de electores. Entre estos, muy especialmente, los electores
inconscientes. Puede decirse que este grupo es compuesto por la mayoría de
votantes. Es un grupo de personas cuya ignorancia de sus derechos es bastante manifiesta.
A este grupo se le conquista con regalos, fiestas, promesas, con licor y algún
mercado, un billetico, una media de aguardiente y uno que otro discurso
altisonante. Se le recuerda siempre la importancia de ser ciegamente fiel a su
partido, se le inculca el ser del color rojo, del color azul, o cualquier otro.
Su mayor satisfacción es inmediata. Comen, beben, usan lo que se les regala y
aún se sienten importantes porque el doctor de turno les puso la mano sobre el
hombro y les dijo su nombre. Le ruegan que los tenga en cuenta. Le cuentan sus
necesidades con timidez y realmente esperan que el doctor los contemple. Entre
la borrachera y la indigestión, entre los gritos y la bulla de la pólvora,
desconocen cualquier significado para conceptos como democracia, ciudadanía,
derechos. Se dejan conducir dócilmente hasta la urna, reciben su premio y
desaparecen.
Los desinformados son muy
próximos. Solo que estos votan en automático, sin saber bien de que se
trata. Lo hacen como un favor a terceros. Creen que cumplen con su
deber cuando votan por alguien que desconocen, apenas porque otro les pidió el
favor. Es un acto de buena fé que hace porque se lo pidieron, pero no se siente
comprometido. Tiene la esperanza de servirle de algo a quien le pide el voto.
En general, es para ver si la persona recibe el puestico que le prometieron, si
pone un buen número de votos.
Con la suma de estos votos (las clientelas, los inconscientes y los desinformados) se
ganan las elecciones. Esa es la mayoría. Y las maquinarias politiqueras (digo
politiqueras, pues nada de eso es política), se organizan para, literalmente,
pescar, estos votos.
Confían en que, como efecto de
sus fechorías, una parte del electorado se mantendrá escéptica y otra parte
será indiferente. Los escépticos son aquel grupo de ciudadanos que no vota
porque no creen en política. Todos los candidatos les parecen la misma
vaina. Para ellos todos son corruptos,
todos son mentirosos y todos van a robar. Ninguna propuesta es diferente de la
otra. Ya no escuchan, ya no admiten ningún argumento. Política y politiquería son
para ellos, sinónimos. Odian a todos los
que vengan con el cuento de conquistar su voto y se encierran en esa, supuesta,
razón superior. No realizan ningún esfuerzo por proponer, ni por distinguir
entre políticos y politiqueros. Es una visión plana. Superficial. Derrotada. Y
lo peor, son funcionales a los corruptos, pues, para estos, el escepticismo no
es un problema, ya que no hay manifestación alguna de parte de los escépticos,
a no ser unas cuantas groserías publicadas en las redes sociales, unos cuantos
insultos y micro explosiones de cólera irrelevantes. Los corruptos de plantón,
los politiqueros saben que se ahorran unos buenos pesos con los escépticos y
continúan concentrados en aquellos que les darán su voto.
Lo mismo hacen con los
indiferentes. Estos son un grupo de personas que creen que sus vidas son
independientes de las cuestiones políticas. Creen que no meterse en política es
una virtud. Y dedican alegremente sus vidas a lo que si les interesa, su hogar,
su religión, su trabajo. Viven en un condominio permanente, desde el cual,
miran el mundo circundante como si fuera otro mundo, no en el que ellos
habitan. Los politiqueros aprecian bastante este grupo. También hacen parte de
su estrategia de victoria. Mantenerlos ahí, en su autismo permanente, es
lucrativo para ellos. Pagan impuestos pero desconocen que su dinero alimenta
unos cuantos avispados. No sufren con eso y no se importan con las injusticias
ni los impactos de la politiquería. La ciudad puede caerse, que ellos no se dan
por enterados.
Hasta aquí, la única diferencia
entre unos y otros es que todos hacen parte de lo que tenemos que entender por
politiquería. La diferencia está en que unos son politiqueros activos y otros
politiqueros pasivos. Pero unos y otros participan de la destrucción de la
democracia.
Restan los ciudadanos críticos.
Siempre una minoría. Un pequeño grupo de Quijotes que tienen la esperanza de
vivir en una democracia. Sueñan con hacer parte de una ciudad que respete los
derechos humanos y sociales, en una ciudad ambientalmente sustentable y
económicamente responsable e incluyente. Pero muchas veces son tan críticos que
desconfían de todo y de todos y no consiguen ni siquiera autorizarse a ser
propositivos. No votarían ni por sí mismos.
Sin embargo, es este pequeño
grupo el que tiene la chance de ofrecer a la ciudad otra visión de sí misma.
Para tanto, es necesario, que su sentido crítico adquiera un rumbo definido,
que le apunte a la creación de soluciones para los problemas que aquejan la ciudad
y que se firme en prácticas éticas. Debe
ser un grupo de ciudadanos que descubra la importancia de la política y esté
dispuesto a luchar contra todas las prácticas politiqueras.
Son la semilla de la cual se
puede esperar una cosecha. Son la esperanza de construcción de una democracia.
Ese grupo existe y su deber es trabajar incansablemente por ampliar la cantidad
y la calidad de los ciudadanos con los cuales la democracia tendrá su chance en
la historia. Estos son los ciudadanos conscientes, críticos, participativos y
presentes que requiere la democracia. Cajicá, Colombia y el mundo los necesitan.
Me sumo a ellos.
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