Por
Antonio Martins
Publicado originalmente
en portugués en Outras Palavras: http://outraspalavras.net/posts/uma-alternativa-radical-contra-a-crise/
Traducción al español:
Edilberto Afanador Sastre
Nuevos
estudios sugieren: al contrario de convocar las poblaciones a sacrificios,
Estados deberían imprimir y distribuir dinero- recuperando un papel usurpado
por los bancos.
NdT:
En
Colombia, el endeudamiento externo e interno, la permanente disminución del
gasto social, y la Reforma Tributaria como remedio, exprimen el mismo
paradigma. Pero lejos de pensar que no hay alternativa, existen mecanismos reales para salir de la crisis.
Lo
que comenzó en 2009, como una extravagancia europea, se extendió en los últimos
años por el mundo. En respuesta a la crisis financiera, un número creciente de
gobiernos comenzó a adoptar políticas de “austeridad”, o de “ajuste fiscal”. En
el Viejo Continente, a pretexto de “reducir el déficit público”, se desmonta el
Estado de bienestar social. […]Sintomáticamente, el tema nunca va a debate: la
casi totalidad de los políticos, los medios de comunicación y “especialistas”
aseguran que “no hay alternativas”. ¿Será verdad?
En
contraposición a esta nueva manifestación del “pensamiento único” ha crecido en
las últimas semanas, una crítica radical. Ella parte de una constatación
fácilmente demostrable. En todos los
casos, las políticas de “austeridad” amplían excesivamente las desigualdades. O
sea, no son neutras: imponen sacrificios a las mayorías, pero amplían los
privilegios y el poder de una reducida aristocracia financiera.
Al
buscar los mecanismos que producen tal efecto, la crítica encuentra algo
inusitado. Las políticas económicas adoptadas en las últimas cuatro décadas
permitieron que los bancos capturaran, de los Estados, una condición esencial:
la de principales emisores de moneda. Es ese sector, por lo tanto, (en especial
las 28 mega instituciones globales, llamadas por el G-20 de “sistémicas) que
impone el ambiente “sin salidas” en el que nos sumergimos.
Sin embargo, -y tal
vez aquí esté el aspecto más brillante y libertados de la nueva crítica- el
callejón sin salida es apenas aparente. Las
sociedades y los Estados no perdieron las condiciones y los instrumentos
necesarios para recuperar el poder usurpado por los bancos. Basta tener
voluntad política y sabiduría para actuar.
¿Por
qué y cómo la emisión de dinero fue privatizada? François Morín, profesor
emérito de la Universidad de Toulouse, ex miembro del Consejo del Banco Central
Francés, y uno de los exponentes de la nueva crítica, explica, en una
entrevista reciente al periódico francés Libération.
La larga ola de liberalización financiera que atravesó el mundo a partir de los
años 1970 creó instituciones financieras con poder de actuación global, y
capacidad de concentrar dinero, muy superior a los Estados. El balance de los
28 bacos “sistémicos” suma 50,34 trillones de dólares- algo como tres veces el
PIB de los Estados Unidos. Para efecto de comparación, considere: son doce veces el volumen total de dólares
en circulación en el mundo…
Pero
el poder del oligopolio bancario, continúa Morín, no para ahí. Son los bancos
(y no los Estados) que controlan los mercados financieros- cambio, bonos de deuda,
derivativos, por donde circulan papeles y obligaciones que pueden ser
fácilmente convertidos en moneda. Estos mercados mueven 710 trillones de dólares por año, un poco más de 10 veces el PIB
mundial. Es con números así que deben ser comparadas cifras como el llamado
“déficit primario” que [los Estados nacionales] registrarán. [Sin embargo, el
déficit fiscal de cada país es casi nada al lado de] la gran fiesta global de
productos financieros. Esta desproporción abismal da una idea sobre el poder
que la oligarquía financiera tiene, frente a los Estados.
El
raciocinio de François Morín es complementado por otro veterano economista,
Adair Turner, ex presidente de la Autoridad de Servicios Financieros de Gran
Bretaña, hoy al frente del Instituto para un Nuevo Pensamiento Económico, un thinktank con base en Nueva York. En
entrevista a la periodista Lynn Parramore,
editora contribuyente de la revista digital norte-americana Alternet, Turner recuerda que el
inmenso volumen de dinero en las manos de un puñado de bancos es responsable,
por ejemplo, por la especulación inmobiliaria que golpea grandes ciudades [y
áreas metropolitanas] en todo el mundo. Faltan aplicaciones para tanto capital,
argumenta: apenas una parte puede ser empleada en la expansión de la actividad
productiva. Una fracción mayor, gigantesca, acaba financiando operaciones con
inmuebles. Como el poder de compra de la oligarquía es descomunal, ella tiene
impacto inflacionario sobre los precios y expulsar rápidamente, de las áreas
que desea, a la población común.
Pero
la contribución más original de Turner es su visión sobre cómo enfrentar el
tamaño excesivo de la esfera financiera – causa de la crisis que sirve de
pretexto para políticas de “austeridad” y “ajustes fiscales”. Los Estados
necesitan actuar de dos maneras, afirma: Primero, reintroduciendo los controles
sobre los mercados financieros. Entre ellos los depósitos compulsorios que drenaban,
entre el pos-guerra y el inicio del periodo neoliberal, el dinero disponible y
el poder de los bancos.
Segundo,
el más inspirador, imprimiendo y distribuyendo dinero al público. Turner
comenta que se trata de un antiguo tabú a ser destruido. Ya en el Fausto de
Goethe, este tipo de acción del Estado era lo que Mefistófeles recomendaba al
emperador, en tentación. En tiempos más recientes, imprimir dinero es visto,
por el pensamiento económico ortodoxo, como el camino cierto para provocar
hiperinflación.
Por
medio de una serie erudita de ejemplos históricos, Turner desconstruye este
preconcepto. Él demuestra que, así como hay episodios en que los Estados
crearon moneda activamente y provocaron hiperinflación, (en Alemania del
periodo de la República de Weimar o en Zimbabwe al final de la década de 2010),
hay también, innúmeros ejemplos en que este efecto no se produjo.
El
caso de éxito más elocuente –porque es el más conocido- ocurrió en la
Pos-guerra, en los EUA, Europa y Japón. El esfuerzo bélico había hecho disparar
la deuda de todos estos países, en algunos casos hasta el 250% de PIB. Pero las
políticas económicas adoptadas después del conflicto priorizaron
invariablemente, el aumento del gasto estatal- incluso para financiar el Estado
de Bienestar Social. En ningún caso hubo hiperinflación. Por el contrario: los
índices de inflación moderados con los cuales las sociedades convivieron,
ayudaron a desvalorizar la deuda
contraída durante la guerra.
En
un tercer texto, sorprendente y mordaz, la abogada, escritora y activista
norteamericana, Ellen Brown, aplica
otro golpe en la idea según la cual los Estados producen hiperinflación cuando
crean moneda. Ellen, creadora del Public
Bankink Institute, recurre a la historia del pensamiento económico. Como
se sabe, Keynes, se hizo notable por proponer, en los años 1930s, que los
gobiernos movilizaran sus economías ampliando el suministro de moneda. En una
imagen sugestiva e irónica, él argumentó que sería útil imprimir dinero y
enterrarlo en las minas de carbón, autorizando los desempleados a rescatarlo. Al
seguir su receta (mismo que sin exageraciones retóricas), los países
occidentales fueron capaces de librarse de la depresión pos-1929, y más tarde,
de vivir las tres décadas de prosperidad que se siguieron a la II Guerra
Mundial.
Pero
la refinada Ellen no se limita a este ejemplo. Ella recurre también a Milton
Friedman[1], archi - enemigo teórico
de Keynes y uno de los inspiradores del Neoliberalismo. Él defendió, en 1969,
que, en algunos casos, la reducción de la oferta de dinero era la causa de las
crisis. Y defendió, en estos casos, una salida curiosa: “tirar dinero de
helicópteros”.
Paradoja
final: de cierta forma, la idea de imprimir dinero pasó a ser empleada, desde
2009, por el Banco Central de los Estados Unidos (Federal Reserve o FED); y,
algunos años más tarde, también por el Banco Central Europeo (BCE). Sin
embargo, con sentido y resultados inversos. No se trató de crear moneda y
distribuirla socialmente, con el objetivo de contrarrestar el poder de la
oligarquía financiera; Al contrario, de imprimir dinero para darlo a los super
- ricos.
Por
medio de iniciativas conocidas por el nombre hermético de quntitative easing [flexibilización cuantitativa], FED y BCE
emitieron, en los últimos cinco años, respectivamente, US$4,5 trillones y E1, 1
trillón de euros. El dinero no fue ofrecido a los desempleados, ni tirado desde
helicópteros, fue usado para comprar títulos públicos- o sea, dirigido
exactamente a la élite global que cada vez se diferencia más del restante de la
sociedad. En Europa, se practica simultáneamente el quantitative easing y la auteridad. O sea, se disminuye el dinero
de los programas sociales, pero se distribuye por cantidades al 1% más rico.
Fue
frente a esta distorsión surreal que el actual líder del Partido de los
Trabajadores británico, Jeremy Corbin, pasó a defender, en julio último, la
reversión completa de la iniciativa, de modo a convertirla en un quantitative easing for the people.
“Defiendo un reequilibrio, que implica sacar recursos de las finanzas para los
sectores sustentables de la economía del futuro”, dijo. También afirmó que, “
Una de las opciones será dar al banco de Inglaterra un nuevo mandato- el de
renovar nuestra economía para invertir en vivienda de larga escala, energía,
transporte y proyectos digitales. En suma, quantitative
easing para las personas, en cambio de dárselo a los bancos.
La
propuesta se volvió uno de los puntos centrales de la campaña de Corbin como
líder del Partido de los Trabajadores. Al final, él obtuvo una victoria
inesperada y arrolladora, mismo enfrentando una máquina partidaria poderosa y
hostil. El resultado revela: en nuestra época contradictoria, defender que los
Estados impriman dinero y distribuyan entre las sociedades puede ser más que
una forma de enfrentar los vientos conservadores y restaurar la política como
medio de inventar un futuro colectivo.
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