Por Edilberto Afanador Sastre
Sociólogo.
En febrero del año 1600 Giordano Bruno era condenado por la Sagrada Inquisición, por defender, entre otras teorías, que el universo era infinito, poblado por una infinidad de estrellas, como el sol y por muchos planetas, en los cuales, existía la posibilidad de la vida.
En 1633, Galileo Galilei fue condenado a prisión
perpetua y obligado a abjurar de sus teorías sobre el heliocentrismo (teoría
que corregía el geocentrismo, la idea de que todo el universo se movía alrededor
de la tierra) que ya era defendido por Copérnico desde 1543 en su libro Sobre las revoluciones de las esferas
celestes.
Entre otros, estos tres
hombres sentaron las bases para que durante los tiempos del Renacimiento y luego,
los siglos de la Modernidad, se realizara toda una Revolución Científica. Lo
que estos hombres hicieron, no fue solo generar nuevas teorías sobre el universo
y la naturaleza, fue quitarle al poder medieval el asiento epistemológico que
durante 15 siglos le dio sustento y legitimidad. Toda la Edad Media católica
construyó su poder a partir de la visión Aristotélica y Ptolomeica del
universo, las cuales empataban perfectamente con la visión teológica que se
desprendía de la Biblia y que todas las generaciones de teólogos que vivieron
durante esos siglos firmó y confirmó. De tal cosmología, salía incólume la idea
de que el poder de la iglesia y de los reyes católicos, provenía de un orden
celestial dictado por dios y que era infinito y eterno. Bases fundamentales de
la conservación de tales poderes terrenales.
Pero esa revolución
científica, que permitió que en adelante el conocimiento pudiera fundamentarse
en un método, en observación y en mediciones, también favoreció la emergencia
de nuevas formas de entender la economía, la sociedad y la política. Esa
revolución científica, luego, llevó a la revolución industrial, a la revolución
francesa, a la revolución americana y, por lo tanto, a la configuración de un
orden social completamente nuevo en el cual el poder no era una expresión
divina, sino humana. Pensadores como Hobbes (final del siglo XVII) Rousseau (en
el siglo XVIII), ya establecen las pautas para la creación de sistemas
políticos fundamentados en ideas modernas, superando finalmente el orden
medieval para siempre.
Estos son solo algunos
ejemplos de la profunda relación que existe entre el conocimiento y el poder.
Queda claro que las transformaciones que se dan en el ámbito del conocimiento,
terminan por transformar el ámbito del poder. Esta relación es dinámica. En un
momento el conocimiento sirve de sustento al poder. Este se legitima y perdura
en el tiempo gracias a que los productores de conocimiento refuerzan
permanentemente las ideas que le dan sentido y verdad al modelo social que
permite una determinada forma de poder. La edad media, con todas sus
estructuras sociales, solo fue posible gracias a la ardua labor de los teólogos.
Así el conocimiento es contenido del poder. Pero, en otro momento, el conocimiento
supera el poder. Lo que está descubriendo, lo que está comenzando a percibir,
termina por contradecir sus hipótesis anteriores e, inevitablemente, llega a la
formulación de una nueva forma de entender el universo, la naturaleza y la
sociedad. Es cuando el poder termina por ser contenido del conocimiento.
El divorcio entre la
teología y la ciencia, en el renacimiento, permitió la emergencia de un tipo
secularizado de productor de conocimiento. Personas que, aunque mantuvieran sus
creencias religiosas, trabajaban a partir de fundamentos empíricos, matemáticos
o conceptuales, no más de dogmas incuestionables. Esto permitió pensar y construir un mundo
completamente diferente: el mundo moderno. En la medida que se transforma toda
la estructura social y política, asimila todo el conocimiento que se está
produciendo. El conocimiento se traduce en las nuevas formas de poder, hasta
que este, una vez más adopta la forma conservadora y usa el conocimiento como
sustentáculo.
Una de las ideas
fundamentales de esta revolución científica fue la de que la naturaleza no
contenía en si misma absolutamente nada de sagrado. Sobre ella, el hombre,
ahora sin la necesidad de referirse a un poder eterno y divino, podría gobernar
según su voluntad. Así, por ejemplo, era posible transformar la naturaleza en
riqueza, en capital. Y fue este cimiento filosófico y científico, el que
permitió el crecimiento de los sistemas de poder modernos: el capitalismo y el
socialismo: hombres de poder transformando la naturaleza y organizando las
sociedades a partir del conocimiento que la nueva ciencia les permitía.
Así como los teólogos
sirvieron a los Papas y Reyes de la Edad Media, los científicos y filósofos
sirvieron a los poderosos de la modernidad. A lo largo de los siglos XVIII y XIX la
ciencia, en todas sus áreas le dio forma a todas las nuevas formas de poder de
las sociedades modernas. Las formas del poder moderno, fundado en la nueva
visión del mundo, se incorporaron en el Estado y la Economía. El nuevo orden
mundial, tal cual lo conocemos se alimenta de todo este proceso. El siglo XIX
fue el laboratorio en el cual se cocinaron las bases de reproducción del poder
que se conocieron durante el silgo XX. Esto incluye las grandes ideologías
políticas (de la extrema derecha a la extrema izquierda) que dominaron el
panorama, y sobre las cuales emergieron estados, imperios, guerras, modelos
sociales y dinámicas económicas.
Sin embargo, hay que
decir que mientras la dinámica del conocimiento tiende a la superación de sus
propios paradigmas, la del poder tiende a la conservación de los suyos. Es por
eso que, mientras durante el siglo XX, los productores de conocimiento se embarcaron
en más una revolución científica, los detentores del poder se dedicaron a hacer
guerras para saber quién se quedaría para siempre con el trono. Mientras que el
conocimiento, una vez más se transformó, el poder, apenas consiguió desdoblar y
aplicar de maneras cada vez menos creativas, los predicados de teorías del
siglo XVIII y XIX.
Con la física cuántica y
de la relatividad, con todas las aplicaciones de la nueva química, la nueva
biología. Con los desarrollos de las matemáticas aplicados ahora a las nuevas
tecnologías, a la computación y a las comunicaciones. Con todo lo que ha
sucedido en el campo de la genética, de la robótica y de la astronomía, una vez
más estamos en un periodo en el cual, conocimiento y poder viven una ruptura.
El conocimiento actual no le da más sustento a las formas del poder actual.
De la misma manera que
resultaba completamente absurdo que la Sagrada Inquisición y el papa tuvieran
derecho a quemar en la hoguera a un científico porque contradecía los
fundamentos de su poder, hoy resulta absurdo, que el conocimiento científico
sea negado y los científicos puestos en la sombra, porque sus aportes no son
funcionales con el poder.
El desarrollo del poder
bajo los preceptos desarrollados por la modernidad llevó a la situación actual.
La idea de que la naturaleza es un objeto que se puede y debe transformar en
riqueza, nos trae hasta la actual crisis ecológica global. La idea de la
evolución, que hizo que los más fuertes sobrevivieran a los más frágiles,
permitió que la economía estuviera al servicio de quienes detenían las armas y
el poder de hacer la guerra contra quienes solo tenía sus brazos y su capacidad
de trabajo. La idea de que la libertad de los emprendedores era el sustentáculo
de toda economía, nos trae hasta un panorama en el cual, el 1% acumula la
riqueza del 99%. La idea del crecimiento como regla general de la economía, nos
coloca ante el abismo social, político y ecológico.
Los hombres del poder hoy
no escuchan más a los hombres de conocimiento. Se burlan de sus teorías y sus
llamados a la aplicación de lo que la investigación y el estudio apuntan.
Vivimos en un mundo en el
cual, paradójicamente se han acumulado, más que en ninguna otra época, riqueza
material y conocimiento. Nunca antes se produjo tanta riqueza. Nunca antes se
produjo tanto conocimiento. Y estas dos super-fuerzas no dialogan entre sí. El
poder solo quiere usar el conocimiento para acrecentar su fuerza. Y el
conocimiento no quiere discutir el problema del poder.
El estado, los sistemas
políticos, la economía viven crisis que van de constantes a permanentes y las
decisiones que toman los hombre de poder van dirigidas a acrecentar su poder, a
mantener sus privilegios, a alimentar su vanidad. Fenómenos que la ciencia y la
filosofía modernas daba por terminados, como el racismo, el centralismo, el
patriarcado, la misoginia, el fundamentalismo religioso, son, ante el divorcio
entre poder y conocimiento, las razones del poder. Y cuando ciencia y poder se reúnen,
terminan por elevar a aquellos que más ignorancia, arrogancia y vanidad
demuestran. Es un tiempo en que la
ciencia termina por ser canibalizada por el poder.
Este es el caso de todos
los desarrollos de la ciencia aplicados a las nuevas tecnologías. El conocimiento
de toda una nueva generación de jóvenes es usado para manipular sociedades
enteras, para destruir las estructuras que la sociedad entendía como fundamentales
para la democracia moderna, la libertad de los ciudadanos, los derechos
universales y la democracia. La capacidad de concentrar y organizar información
sobre cada ciudadano en el mundo y luego, ofrecerla analizada, decantada y
micro segmentada en la mano de quienes quieren más poder, resulta en un
escenario, mucho peor que el medieval.
Aquellos que tienen la
osadía de mostrar las irracionalidades del poder, son perseguidos, relegados,
cuando no asesinados. La era de la llamada “pos-verdad”
remite a esa relación entre conocimiento y poder. Al poder ya no le interesan
las verdades de la ciencia. A través de su inmenso poder de difusión impone
verdades: el calentamiento climático es una ilusión creada por enemigos del
progreso; la pobreza de la mayoría de la población del mundo es una falsedad;
el peligro inminente de una guerra atómica o del uso de armas biológicas de
escala mundial, pura fantasía; la concentración de riqueza en el 1% de la
población es un espejismo. La destrucción de ecosistemas es falsa., etc, etc. El
poder hoy resuelve todo con slogans.
La ciencia amplía a una velocidad
incesante su caudal de conocimientos. Crece el número de nuevas teorías en
todas las áreas. Sin embargo, o, mientras cada día crece el volumen y la calidad
del conocimiento adquirido, más se establece una distancia rígida entre este,
los poderosos y la sociedad. Los slogans
utilizados por los dueños del poder aparecen como completas
irracionalidades a los ojos de la ciencia. La sociedad prefiere los slogans, aunque tampoco los entienda.
Si algo ha aprendido el
poder es a manipular la ignorancia. Esta es la regla fundamental en el impulso
instintivo de conservación del poder. Y
así, el siglo XXI, vive una contradicción insólita en la historia: en plena
sociedad del conocimiento, el poder se reproduce en la reproducción de la
ignorancia mientras toma decisiones de espaldas a toda evidencia científica. La
ignorancia del poder es el fundamento de todo apocalipsis.
Cabe entonces
preguntarse: ¿Hasta cuándo los productores de conocimiento va a mantenerse funcionales
ante los resortes del poder?
Los desafíos de la
humanidad y del planeta hoy, demandan una abundante dosis de conocimiento
científico. En cambio, las grandes decisiones están siendo tomadas de espaldas
a ese conocimiento.
Es hora de que la ciencia
establezca una definición de democracia que supere las definiciones modernas.
La idea de la representación, por ejemplo, creada en el siglo XVII, en pleno siglo
XXI, ya es anacrónica. El voto de la mayoría hoy es usado por los resortes del
poder apenas para perpetuar el poder. Pero además, las mayorías están
subsumidas en la ignorancia. Por lo tanto, la
mayoría ignorante elige sin saberlo a quien mejor la manipula y hoy, la ciencia
está al servicio de esta fatalidad a través del big data, una aplicación de la tecnología de computación, la psicología,
la sociología cuantitativa.
Y todo esto nos trae hasta un presente en el cual,
un inepto en ciencia como Donald Trump, es el hombre que puede decidir una
guerra mundial, la construcción de un muro de 20 mil millones de dólares, fue
elegido por una multitud de racistas, xenófobos y misóginos rabiosos, con la ayuda
de ingenieros de sistemas sofisticados. La misma tecnología está siendo usada
por todo tipo de nativos del poder mundo afuera y estos son seguidos por masas
de ciudadanos para quienes los slogans
racistas, xenófobos y pro-capitalistas, son todo lo que quieren escuchar.
Pocos hombres de ciencia
levantan su voz. Se contentan con ver sus logros científicos publicados en una
revista indexada. Caminan en solitario hacia el descubrimiento de verdades que
describen, explican e interpretan lo que está ocurriendo y cómo podríamos
solucionarlo…pero, mantienen silencio. ¿Qué esperan?, ¿que algún presidente los
llame y les pregunte?
Vivimos una auténtica
revolución científica, pero el grueso de la población aún vive en los tiempos
de Galileo Galilei y lo único que saben es que la tierra gira alrededor del
sol. Y de hecho, la mayoría vive girando alrededor de un empleo o del estado
esperando que salga el sol, repitiendo sus conductas sin percibir que, si
continuamos usando el planeta de la manera como lo estamos usando, luego, no
tendremos planeta. Las masas y los poderosos siguen de la mano por el mismo
camino insustentable.
Tal vez sea el tiempo de
vivir una Revolución de los científicos. La ciencia del siglo XIX decía que las
revoluciones debían ser hechas por las masas. Esto no ha ocurrido y la
evidencia muestra que muy seguramente no va a ocurrir. En el siglo XXI las
grandes transformaciones estarán por cuenta de los productores de conocimiento.
Basta que ellos decidan si continúan esclavos de un modelo de poder que hace un
siglo abandonó el conocimiento.
@Edilberto Afanador Sastre. Sociólogo. Marzo 5 de 2017.
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