BOAVENTURA DE SOUZA SANTOS[1]
Cuando un día sea posible
caracterizar la época en que vivimos, el mayor espanto será que se vivió todo
sin un antes ni un después, substituyendo la causalidad por la simultaneidad,
la historia por la noticia, la memoria por el silencio, el futuro por el pasado,
el problema por la solución. Así, las atrocidades fueron atribuidas a las
víctimas, los agresores fueron condecorados por su coraje en la lucha contra
las agresiones, los ladrones fueron jueces, los grandes tomadores de las
decisiones políticas pudieron tener una cualidad moral minúscula cuando
comparada con la dimensión de las consecuencias de sus decisiones. Fue una
época de excesos vividos como carencias; la velocidad fue siempre menor de lo
que debía ser; la destrucción fue siempre justificada por la urgencia en construir.
El oro fue el fundamento de todo, pero estaba fundado en una nube. Todos fueron
emprendedores hasta probarse lo contrario, pero la prueba en contra fue
prohibida por las pruebas a favor. Hubo inadaptados, pero la des-adaptación mal
se distinguía de la adaptación, tantos fueron los campos de concentración de la
heterodoxia dispersos por la ciudad, por los bares, por las discotecas, por la
droga, por el Facebook.
La opinión pública pasó a
ser igual a la privada de quien tenía poder para publicarla. El insulto se
volvió el medio más eficaz de un ignorante ser intelectualmente igual a un
sabio.
Se desarrolló el modo por
el cual los empaques inventaron sus propios productos y de no existir productos
más allá de ellas. Por eso, los paisajes se convirtieron en paquetes turísticos
y las fuentes e nacientes tomaron la forma de las botellas. Cambiaron los
nombres de las cosas para que las cosas se olvidaran de lo que eran. Así, desigualdad
pasó a llamarse mérito; miseria, austeridad; hipocresía, derechos humanos;
guerra civil descontrolada, intervención humanitaria; guerra civil mitigada,
democracia. La propia guerra pasó a llamarse paz para poder ser infinita.
También el Guernika pasó a ser apenas un cuadro de Picasso para no molestar el
futuro del eterno presente. Fue una época que comenzó con una catástrofe pero
que rápidamente consiguió transformar catástrofes en entretenimiento. Cuando
una catástrofe de verdad ocurrió, parecía apenas una nueva serie.
Todas las épocas viven
con tensiones, pero esta época pasó a funcionar en permanente desequilibrio,
sea a nivel de la colectividad, o a nivel individual. Las virtudes fueron
cultivadas como vicios y los vicios como virtudes. El enaltecimiento de las virtudes o de la calidad moral de alguien dejó de residir en cualquier criterio
de mérito para pasar a ser el simple reflejo de la humillación, la degradación
o de la negación de las calidades o virtudes de otro. Se creía que la oscuridad
iluminaba la luz, y no al contrario.
Operaban tres poderes simultáneamente,
ninguno de ellos democrático: capitalismo, colonialismo y patriarcado; servidos
por varios sub-poderes, religiosos, mediáticos, generacionales,
étnico-culturales, regionales. Curiosamente, al no ser ninguno democrático,
eran sustentáculo lo la democracia-realmente-existente. Eran tan fuertes que
era difícil hablar de cualquiera de ellos sin incurrir en la ira de la censura,
en la demonización de la heterodoxia, en la estigmatización de la diferencia.
El capitalismo, que pulsaba en las relaciones desiguales entre seres humanos
supuestamente iguales, se disfrazaba tan bien de realidad que el propio nombre
fue olvidado. Los derechos de los trabajadores eran considerados poca más que
pretextos para no trabajar. El colonialismo, que se realizaba en la
discriminación contra seres humanos que apenas eran iguales de modo diferente,
tenía que ser aceptado como algo tan natural como la preferencia estética. Las
supuestas víctimas de racismo y de xenofobia eran siempre provocadores antes de
ser víctimas. Por su vez, el patriarcado, que legislaba en la dominación de las
mujeres y en la estigmatización de las orientaciones no heterosexuales, tenía
que ser aceptado como algo tan natural como una preferencia moral sufragada por
casi todos. A las mujeres, los homosexuales y transexuales, habría que imponer
límites si ellas y ellos no supieran mantenerse en sus límites.
Nunca las leyes generales
y universales fueron tan impunemente violadas y selectivamente aplicadas, con
tanto respeto aparente por la legalidad. El primado del derecho vivía en amena
convivencia con el primado de la ilegalidad. Era norma des-construir las
Constituciones en nombre de ellas.
El extremismo más radical
fue el inmovilismo y el estancamiento. La voracidad de las imágenes y de los
sonidos creaba tumultos estáticos. Vivieron obsesionados por el tiempo y por la
falta de tiempo. Fue una época que conoció la esperanza, pero a
cierta altura la creyó muy exigente y agotadora. Prefirió, en general, la
resignación. Los inconformes con tal desistencia tuvieron que emigrar. Fueron
tres los destinos que tomaron: iban para fuera, donde la remuneración económica
de la resignación era mejor y por eso se confundía con la esperanza; iban para
dentro, donde la esperanza vivía en las calles de la indignación o morían en la
violencia doméstica, en el crimen común, en la rabia silenciada de las casa, de
las salas de espera de las urgencias de hospitales, de las prisiones, de los
ansiolíticos y antidepresivos; el tercer grupo se quedaba entre dentro y fuera,
en espera, donde la esperanza y la falta de ella alternaban con las luces en
los semáforos. Pareció estar todo al borde de una explosión, pero nunca explotó
porque fue explotando, y quien sofría con las explosiones o estaba muerto, o
era pobre, subdesarrollado, viejo, atrasado, ignorante, perezoso, inútil, loco,
-en cualquier caso desechable. Era la gran mayoría, pero una insidiosa ilusión
de óptica la hacía invisible. Fue tan grande el miedo de la esperanza que la
esperanza acabó por tener miedo de sí misma y entregó sus adeptos a la
confusión.
Con el tiempo, el pueblo
se transformó en el gran problema, por el simple hecho de que había mucha
gente. La gran cuestión pasó a ser: qué hacer con tanta gente que en nada
contribuía para el bien-estar de los que merecían. La racionalidad fue llevada
tan en serio que preparó meticulosamente una solución final para los que menos
producían, por ejemplo los viejos. Para no violar los códigos ambientales,
siempre que no fue posible eliminarlos, fueron biodegradados. El éxito de esta
solución hizo que después fuera aplicada a otras poblaciones desechables, tales
como inmigrantes, jóvenes de las periferias, toxico-dependientes, etc.
La simultaneidad de los
dioses y los humanos fue una de las conquistas más fáciles de la época. Para
ello bastó comercializarlos, venderlos en los tres mercados celestiales
existentes, el del futuro más allá de la muerte, el de la caridad y el de la
guerra. Surgieron muchas religiones, cada una de ellas parecida con los
defectos atribuidos a las religiones rivales, pero todas coincidían en ser lo
que más decía no ser: mercado de emociones. Las religiones eran mercados y los
mercados religiones.
Es extraño que una época
que comenzó solo teniendo futuro (todas las catástrofes y atrocidades
anteriores eran prueba de la posibilidad de un nuevo futuro sin catástrofes ni atrocidades)
haya terminado solo teniendo pasado. Cuando comenzó a ser excesivamente
doloroso pensar el futuro, el único tiempo disponible era el tiempo pasado.
Como nunca ningún gran acontecimiento histórico fue previsto, también esta
época terminó de modo que cogió a todo por sorpresa. A pesar de ser
generalmente aceptado que el bien común no podía dejar de basarse en el lujoso
bienestar de pocos y en el miserable malestar de las grandes mayorías, había
quienes no estaban de acuerdo con tal normalidad y se rebelaban. Los
inconformes se dividían en tres estrategias: Intentar mejorar lo que había.
Intentar romper con lo que había. Intentar no depender de lo que había. Visto
desde hoy, a tanta distancia, era obvio que las tres estrategias debían ser
utilizadas articuladamente, a la manera de una división de tareas en cualquier
trabajo complejo, una especie de división del trabajo del inconformismo y de la
rebeldía. Pero, en esa época, tal, no fue posible, porque los rebeldes no veían
que, siendo producto de la sociedad contra la cual luchaban, tendrían que
comenzar por rebelarse contra sí mismos, transformándose ellos mismos antes de
querer transformar la sociedad. Su ceguera los hacía dividirse a respecto de lo
que debería unirlos y unirse a respecto de lo que los debería dividir. Por eso
ocurrió lo que ocurrió. Cuan terrible fue, está bien inscrito en el modo como
vamos intentando curar las heridas de la carne y del espíritu al mismo tiempo
que reinventamos una y otro.
¿Por qué insistimos después
de todo? Porque estamos reaprendiendo a alimentarnos de la hierba dañina que la
época pasada más radicalmente intentó erradicar, recurriendo a los más potentes
y destructivos herbicidas mentales- la utopía.
[1] Boaventura de Sousa Santos, PHD en sociología del
derecho por la Universidad de Yale. Profesor de la Universidad de Coimbra. Texto escrito en 2015. Traducción al Español Edilberto Afanador Sastre, 04 de marzo de 2017.
Texto publicado originalmente en portugués por Outras Palavras- Brasil. Recuperado el 04 de febrero de: http://outraspalavras.net/posts/boaventura-para-ler-em-2050/
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